JA!


QUÉ RARO…

Por: Natalia López Zamorano.-

Es extraño, pero no he vuelto a soñar con mi asteroide. Supongo que ni mi subconsciente ha dejado de pensar en lo extraño que fue la despedida con quien muchas veces inspiró mis sueños. Mantengo la sensación - y no dejo que la bloquee ningún pensamiento- que responderá, que un día de estos llamará y que quizás, mi mensaje tan lindo y tierno con motivo de desearle suerte en sus vacaciones, no le llegó. Quién sabe.

Durante todo el día de aquel famoso sms, busqué justificaciones: que quizás iba manejando, que tal vez no escuchó la musiquita que le avisa la llegada de mensaje o que la tarde fue pasando mientras él no encontraba el momento preciso para responderlo. Ok, confieso que esos pensamientos los tuve hasta hoy en la mañana, cuando toda ilusionada miro el celular y nada. Me resigno y pienso que no tiene cobertura. Sí, es eso. No, quizás no tiene batería, o no, quizás no tiene plata y no hay recargas donde está. Y, cuando termino de pensar en todo eso, caigo en cuenta que ninguna de las alternativas es posible porque, hello, seremos una franja larga y angosta de tierra, pero de que en todos lados tenemos cobertura en el celular o que en todos lados hay lugares para recargarlos, los hay.

En medio de esa lluvia de ideas que comúnmente sólo me vienen para pensar temas de carácter amoroso, me acuerdo de la Ley de la Atracción. Tomo el librito que habla de ella y releo la parte en que advierten que uno atrae lo que piensa. Practico nuevamente los pasos para evadir esos pensamientos medios torpes que a una le vienen cuando no tiene el control de la situación, y me relajo, o sea, intento.

Me ducho, tomo un té verde y me acuesto. Me concentro en ese sábado -último día en que nos vimos- y repaso los acontecimientos. Bueno, uno en específico, cuando estábamos en el auto y yo jugaba con las llaves como diciendo " me voy a bajar... ¿el beso es ahora?". Sutil y sin apuros, me acerco y me despido, con un beso en la mejilla, obvio. Él lo responde y me abraza. Y claro, uno no es tonta, sabe perfectamente cuándo un hombre te abraza de cierto modo, así como haciendo tiempo para ir juntando valor hasta alcanzar el suficiente para besar y yo, lo dejo. Respondo el abrazo. Fue... lindo, sí, distinto, nunca nos habíamos abrazado.

En menos de cinco segundos, yo sabía lo que pasaría. Termina el abrazo y, típico, ninguno de los dos, por alguna razón, vuelve a la posición en que estaba. Uno como que se queda ahí, esperando, esperando ese primer beso u otra vez un abrazo o tal vez un "bye", simplemente uno espera, qué, no sé. Nos quedamos mirando y en mi mente sonaba "beso, beso, beso, beso… naty, se viene el beso, tranqui". Bajo por un segundo la vista y recuerdo que es pésima táctica, es como decir "qué lata, no me mires, no quiero contacto visual". Comprendí en ese momento que aunque hace un rato me había tomado un mojito y una Corona, estaba lúcida. Confío en que el beso se viene a pasos agigantados, pero me equivoco. El Supuesto - lo llamaré así- me mira solamente, pero también me mira la boca y esa sí que es señal de que los labios se van a juntar, pero me confunde que no se acerque y entonces, parece que el mojito hace efecto justo en ese momento y me acerco. Mientras lo hacía, pensaba "no puede ser, yo le daré el beso, ¿Yo? ¿Dije yo?.. ¡Ahhh!" y de pronto, lips to lips.


En realidad, varias veces lips to lips y cuando digo varias veces, es porque de verdad fueron varias veces.

Pese a la adrenalina de haber besado a quien jamás, ni en sueños, ni en broma, ni en nada de nada pensé besar, y de que alguien saliera de mi condominio y me viera ahí, no quería que ese momento terminara. Los besos fueron lindos, tiernos, distintos. Además, me tomó de la cara y eso, si no me mató, sí me encantó.
Todo bien hasta que en un momento de respiro, se me ocurre decir: "qué raro". Él, con una cara que sí era rara, responde: ¿raro? Y entendí el tono. Estaba clarísimo, fue un "¿no se te ocurrió nada mejor que decir?". Y ahí salgo con mi discurso que en realidad no convenció a nadie, pero digo: bueno, raro, raro, no… pero raro es un - y se me olvida si la palabra es adjetivo o sustantivo u otra palabra de esas, para decir que "raro" era una de las muchas otras características que tuvo el beso- y continúo "bueno, raro entre otras cosas, pero igual es raro". Después de esa última palabra, ya no llegaba oxígeno a mi cabeza. Decido callar -¡qué astuta!-y se me viene a la mente este grupo de Facebook "cállate y dame un beso". Me parece sensato y lo hago, de nuevo lips to lips para pasar el bochorno.


Calculo que ya es tarde y decido comenzar a mover las llaves de nuevo. Que técnica más efectiva. En realidad, una no dice nada, pero a la vez deja todo claro: llegó la hora de decir adiós.

Digo: "me tengo que ir" y responde con un: ¿te quieres ir? Comienza a bombear nuevamente sangre en mi cabeza y pienso "no, no me quiero ir, dije me tengo que ir", pero no digo nada. Respondo diplomáticamente que no, no es que me quiera ir, sino que ya es tarde y no quiero que mi mamá se preocupe -aún sabiendo que ella roncaba de manera fenomenal en su pieza-. Lo miro y el Supuesto tenía cara de decepción -o por lo menos así la percibí-, repito que ya es tarde y me despido. Sí, lips to lips again, obvio. Otro buen rato para la despedida y luego mi: "chau, ¿hablamos mañana?". Y al bajar del auto digo algo que me sorprende: "¿me pinchas al cel para saber cómo llegaste?, voy a quedar preocupada". Bajo del auto y pienso: ¿por qué dije eso? Es cierto, iba a quedar preocupada como todas las otras veces que no sabía si había llegado bien a su casa, pero sentí que por el hecho del lips to lips, ya había algo que me acercaba más a él y por eso, tenía, necesitaba y exigía! el reporte.


A las 5 am, celular. Mensaje de él avisando que había llegado bien. Alivio. Recuerdo lo sucedido hace media hora y caigo nuevamente en mi profundo sueño, tan profundo que esa noche, no soñé nada. Extraño en mí, tan extraño como lo que había pasado.




Lejanía

A veces me parece una tontera querer alejarme de ti. Jamás has estado suficientemente cerca de mí y, pese a poner todas mis ganas por bloquear los pensamientos tuyos que me surgen a menudo, pareciera que estos cada vez ponen más empeño en irrumpir cuando no quiero.

Apareces como si nada. Creo que por naturaleza tu presencia se hace presente cuando no quiero. Nunca busqué tus ojos y menos el calor de tus brazos, pero tus caricias me invitan y rodean cada vez que pueden. Me confunden, me alegran, me entristecen y me vuelven a este mundo que cada cierto tiempo deseo abandonar para estar por siempre sumergida en los sueños que construía a diario contigo.

La vida se encargó de unirnos, mantenerlos mucho tiempo unidos aunque distantes o distantes pero unidos. Puede parecer ilógico o poco factible, pero tú y yo sabemos que pese a estar juntos, siempre estuvimos separados. Hoy, esa misma vida que se encargó que nos conociéramos en la circunstancia menos probable de imaginar, ahora nos vuelve a alejar, pero con esa lejanía física que tanto temí.

Tuve miedo de amarte, de necesitar el contacto de tus labios con los míos susurrando que ese abrazo eterno que tú y yo recordamos se volvería a repetir. Pronto, muy pronto, en un tiempo más o quizás nunca, pero evocándolo en susurros, con cierto miedo a ser escuchados, con miedo que el destino oyera y fuera cómplice de nuestros encuentros y nos dañara con separar nuestros caminos.

Por muchos susurros que pronunciamos, el destino nos oyó de todos modos. Mañana nos alejará y tan sólo escribir esas palabras hacen que en mi pecho surja una agonía, una incertidumbre que ya me había acostumbrado a vivir a tu lado, pero más fuerte, más potente e hiriente.

Nunca pude compartir mis días contigo. Nunca pude despertar viendo tu rostro dormido e intentar adivinar tus sueños de alma escurridiza. No pude amor, no pude demostrar quién soy cuando amo, no pude. A ratos lo hice, pero creo que el tiempo para amar es más que ver a quien amas una vez cada tres meses. No pude decirte a diario que me arrepentí enormidad de no arriesgarme a tener algo contigo cuando lo planteaste. No pude, no me atreví, no lo hice. Quién sabe, quizás hoy las cosas serían distintas, quizás se mantendrían igual, no lo sé. Sólo sé que este correr tras tu amor e intentar sostenerlo entre mis manos se acabó desde el momento en que tu boca decidió que entre ambos no existiría nunca nada.

Fue un certero y duro golpe a mis sueños, a mis pensamientos que intentaban cambiar el destino. Agradezco de todas maneras tu sinceridad y aquellos momentos en que huiste y me dejaste a la deriva, con esos mensajes ambiguos tan propios de tu personalidad. Agradezco la incertidumbre que viví esperando las respuestas que necesité, pues aunque mi alma sufría al ver tu lejanía, ésta aprendió que no se puede retener a quien siempre ha querido ser libre y vivir sin amarras.

Cuánto deseé no atarte. Cuánto deseé tenerte sin ahogarte, sin que te dieras cuenta que mi corazón moría por el entrar en el tuyo, pero la suspicacia que corre por tus venas se alertó en cuanto corroboró que mis ojos se volvían distintos al ver los tuyos.

Tu misma suspicacia siempre encuentra las vías para llegar hasta mi corazón y replantear las dudas amorosas que me cuestan tanto trabajo deshacer. Tienes esa habilidad para entrar en mi vida cuantas veces quieres, incluso en los momentos más insospechados, en esos momentos en que agradezco tu lejanía para que de una vez por todas no vuelvas a tocar la puerta de mi alma y ésta te deje pasar.

Tu facilidad de discurso y mirada tierna envuelven a este pecho tuyo con el que hoy escribo. Envuelven a estos ojos que suplican encontrarse de nuevo con tu mirada y a estas manos que ruegan por sentir de nuevo el calor de tus abrazos. Envuelven también a este corazón que evita los encuentros contigo, pero de los que jamás podría huir, al igual que de tus besos, esos tan amargos como dulces que siempre invitan a seguir siendo prisionera de los tuyos. No sé si por falta de voluntad o por tu maestría al besar, nunca he podido mirar tus labios y no desearlos una y otra vez. ¿Qué será? ¿Mera condena eterna o falta de voluntad? No sé ni me interesa encontrar esa respuesta, pues cada vez que me autoimpongo no volver a ser tuya, la conciencia me traiciona y gana el placer de sentir tu lejana cercanía.

Estuviste presente en cada pensamiento matutino, de medio día, de tardes y veladas noches como un vicio. Me invadía una sed de pensarte a cada momento difícil de explicar, pero tan verdadera que hasta por períodos tuve la dicha de llamarte con el pensamiento. Esa conexión tan mágica y absoluta de saber cuándo estabas a la deriva, me hizo por más de una vez estar en el momento preciso en que, sin querer, necesitabas una mano que te hiciera compañía. No sé si esa conexión hoy aún existe, pero pienso que lazos tan estrechos y firmes no se separan con nuevos amores ni menos por distancias.

Siento la necesidad de decirte que aunque por tu vida camines buscando o encontrando nuevos amores y sumando cada día nuevas conquistas en tu ya larga lista, mi corazón guardará un espacio para contener los recuerdos vividos. Pese a los amargos instantes que vivimos a causa de ese correr tuyo tras mi corazón y viceversa, haz quedado clavado en él a fuerza de golpes y aventuras. Siempre pensé que podría cambiar la historia ya destinada de amor escurridizo, pero la vida ya me hizo ver que es imposible.


Estoy cierta que pese a leer estas líneas y enterarte que se me desgarraba el alma saber que elegiste a otra persona con la que compartir tu vida, seguirás huyendo de mí y de todo. Así eres tú. Sorprende la certeza y convicción en esas palabras y la valentía para escribirlas, pero te juro que es tan liberador poder verterlas en un papel. Por eso escribo, porque me libera el alma saber que he dejado atrás esa obsesión contigo, ese continuo deseo inconmensurable por saber qué podía hacer o ser para que me amaras. Nada, no podía hacer nada. Nunca pude hacer nada para atrapar tu amor y tenerte por siempre conmigo. Nada. Nada. Ya no hay nada, excepto el anhelo de saber que por fin puedas entender que esto no fue mentira ni palabras sueltas, sino un verdadero deseo de conquistar tu inseguridad y decirte con un tono de dulzura que no te asustara, que sí, que te quise de verdad, pese a todo, pese a que no fueras libre.

La Mujer de Lluvia

Por: Natalia López Zamorano.-

Puede vivir en cualquier ciudad a lo largo del país, pero prefiere el sur. Le acomodan sus nubes, grandes y oscuras que albergan la posibilidad de que ella se luzca con todo esplendor.

Observa el amanecer, el ocaso, la noche y el día y es feliz de poder ayudar a que el campo se mantenga verde gracias a su caridad, la que se expresa cuando se le da la gana.

Cuando está contenta, los días amanecen con un sol radiante, las aves vuelan por el cielo y los niños juegan en los parques. En cambio, cuando en su corazón hay tristeza, abre sus brazos y deja caer su llanto en medio de la ciudad, sin importarle dejar damnificados, calles inundadas y superávit de lluvia.
Caprichosa y fuerte, en el sur se le quiere, mientras que para el norte se le extraña, lo que sin duda, hace aumentar su ego.

Necesaria cuando hay cosecha, smog y sequías, no aguanta súplicas ni rituales para hacerla aparecer, ella cae cuando quiere, cuando le es necesario verter sus húmedos cabellos sobre los verdes pastos para regalar alegrías a todos aquellos que disfrutan caminar mirando el cielo y pensar quién es la que envía esas gotas que caen lento, pero seguras hacia el suelo.

Londres 38: Una verdad imborrable


Centro de torturas durante el Gobierno Militar y testigo de la ejecución de 94 personas y de cien aún desaparecidas, la llamada “Casa de las Campanas” se mantiene viva en el centro de Santiago. Pese a que se le cambió de numeración por Londres 40, como para borrar las aberraciones, como para borrar de la memoria la agonía de sus víctimas, la verdad se mantiene intacta en ellas.

Por: Natalia López Zamorano.-


Ubicado en pleno centro de la capital, el barrio París-Londres esconde entre sus edificaciones un envidiable estilo europeo, un ambiente de romanticismo y magia, de frescura y solidez. Pero pese a todo lo magnífica que puede resultar su arquitectura, esconde una historia gris, una historia de la que muchos no se atreven a contar, recordar o asumir: La historia de Londres 38.


Conocida también como la “Casa del terror” o la “Casa de las Campanas”, porque éstas, las que pertenecían a la iglesia San Francisco más de una vez acallaron las súplicas de los detenidos que fueron sometidos a tortura, guarda entre sus paredes historias difíciles de imaginar, pero que resultaron ciertas. Tan ciertas, como la experiencia vivida por Jorge Flores Durán, detenido por la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) el 13 de julio de 1974.

La mirada de Jorge, poeta y autor del libro Londres 38 (un número desaparecido), está llena de recuerdos que por momentos trata de evadir, pero que no miente cuando escucha la palabra Londres 38. Aunque intenta disimular la amargura que le brota, le cuesta. Pero pese a que aún le es difícil, entrega su relato a quienes quieran conocer de aquella historia, pues considera que es una verdad que no sólo le pertenece a él, sino al país.
Interrumpiendo su inocencia, fue detenido a los 16 años. La DINA buscaba a su hermano mayor, dirigente del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), pero como no dieron con su paradero, se lo llevaron a él. Golpeándolo hasta el cansancio y haciéndole creer que en una pieza contigua estaban sus padres siendo torturados para que él dijera dónde estaba su hermano, Jorge pasó trece días en Londres 38, mismo lugar que en el 2005 fue declarado Monumento Nacional.

Durante casi dos semanas reclamó por su inocencia, por su vida y por su única verdad: no sabía cómo ubicar a su hermano Patricio. “Yo me escudé siempre en que era un estudiante y que no sabía nada de mi hermano”, asegura Jorge, como reafirmando que la explicación que les daba a los de la DINA era cierta. “Supongo que finalmente mi argumento los terminó por convencer, porque nunca pude decir otra cosa sobre mi hermano, aunque me hicieran llamar a mi casa para hablar con mi mamá y preguntarle si tenía novedades de él”, cuenta Flores.
Vendado la mayor parte del tiempo y sentado en una silla día y noche, Jorge escuchó gritos, súplicas e historias tan amargas, que su mente prefiere no ahondar en el recuerdo, pero que su corazón sí lo hace para ir mermando el sufrimiento. Testigo de la desaparición de Jaime Buzzio Lorca (ex estudiante del colegio Manuel de Salas) y de Sergio Tormen, campeón nacional de ciclismo, Jorge vivió en carne propia la incertidumbre de no saber si algún día saldría de allí.
La misma incertidumbre que vivió C.Z, otra sobreviviente de esta casa de torturas. Casada y con tres hijos pequeños en esa época, fue detenida en su domicilio a la edad de 24 años. La subieron a una camioneta C-10 blanca y la trasladaron a Londres 38, también conocida como Yucatán, el codificado nombre que le dio la DINA.

Pese a que nunca se le dijo el porqué de su detención, logró advertir que algo no andaba bien cuando apenas bajada de la camioneta, recibió un certero golpe en su ojo izquierdo, tiñéndolo de inmediato de un azulino tan oscuro, que ella supone que esto fue lo que hizo que no la siguieran golpeando en los días posteriores, pues con esto suponían que ya le habían dado una gran golpiza.
Dice que no recuerda episodios, que éstos fueron borrados de su mente, pero sus ojos dicen lo contrario. Entre líneas deja ver que fue violada en reiteradas oportunidades y que durante días enteros, todas las mujeres eran amarradas de las manos y colgadas en vigas. Siempre vendadas y desnudas, siempre indefensas, siempre pensando en que todo fuera un mal sueño y despertar cuanto antes de éste.

Su pesadilla terminó un día en la mañana. La noche anterior un hombre, que nunca supo quién era, le dijo que al día siguiente abandonaba el lugar. C.Z nunca pensó que sería cierto, pero aguardó tranquila, con la compañía de unos cuantos susurros de compañeras de habitación que intentaban animar a una joven que nunca probó comida, nunca contuvo el agua que le intentaban dar y que nunca pronunció palabra.

“Cuando volví a mi casa, todo era distinto. No aguantaba estar con mi familia, que me vieran, que me hablaran, que mi marido me tocara. Mi matrimonio duró muy poco producto de lo mismo. No sabía cómo salir, cómo dejar atrás lo vivido”, cuenta C.Z en voz baja, como queriendo que su mente no capte sus palabras ni que su corazón las recuerde.

Aunque C.Z fue liberada hace 35 años, aún se siente prisionera. Prisionera de sus propios temores y recuerdos de esa experiencia que ella quiere olvidar, pero que cada día le viene a la memoria y la hace cautiva. Su deuda pendiente es volver a Londres 38 y repasar las habitaciones, observar los detalles, volver a entrar en la sala donde estuvo día y noche amarrada y vendada, recordar de manera presencial lo que allí vivió. Eso sí, en compañía de su siquiatra.

Con la angustia a flor de piel y la libertad tan escondida como los rostros de quienes participaron en las torturas, Jorge Flores recuerda que cuando Marcelo Morén Brito, uno de los tres agentes que estaban al mando del grupo Halcón y que pudo identificar luego de años, le comunica que al día siguiente que sería liberado, se alegró de siempre haber mantenido la confianza de que saldría de ahí. “Nunca pensé que iba a morir y eso creo que me ayudó. Cuando me dijeron que me iba, me puse contento, porque cualquier otra cosa que viniera, iba a ser mejor que esa inmovilidad que allí se vivía”, relata Jorge.

Con sólo una comida al día y con las ganas de detener el tiempo para que jamás oscureciera, pues las torturas eran en la noche, Jorge y los demás detenidos escuchaban las campanas de una iglesia y la música de un carrusel. Y a veces, cuando la venda se caía o quedaba un poco suelta, veían que el piso de la casa tenía baldosas como tablero de ajedrez.

Gracias a esas campanas, a ese carrusel que era de los juegos Diana ubicado en la Alameda, y a esa venda tan precaria, que por momentos sólo era un paño o la misma ropa de ellos, se pudo dar con la dirección de la casa cuando ésta dejó de ser centro de torturas. Y pese a que a fines de los ´70 se le cambió la numeración por Londres 40, por iniciativa del Gobierno Militar para que todas las denuncias sobre Londres 38 apuntaran a una dirección inexistente, la medida no logró acallar el grito de sobrevivientes y familiares de torturados que lucharon para que esa verdad no quedara sepultada.

Esa misma verdad que esconde, sin querer, Londres 38 en sus murallas que fueron testigo de dolor, llanto, injusticias y aberraciones. Esa verdad de la que es parte Jorge y C.Z, de la que son parte noventa y cuatro desaparecidos, 81 hombres y 13 mujeres, entre ellas dos embarazadas, y de la que es parte el Barrio París-Londres y todo un país.

El Principito: El secreto es leerlo con los ojos del corazón

Por: Natalia López Zamorano.-

Lleno de metáforas sencillas de leer pero complejas de digerir, El Principito guarda entre sus páginas magia, enseñanzas e inocencia, cualidades que toman valor si se vuelve a ser niño mientras se le lee.

Escrito por el autor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, este cuento se perfila como uno de los más importantes relatos del último tiempo. Traducido a ciento ochenta dialectos y lenguas, no hay excusas para no leerlo, y es que El Principito es uno de los pocos cuentos que aunque sea grande su lector, lo cautiva hasta la última página.

Con ilustraciones que a cualesquiera le indicarían que es un relato infantil, el universo a quien va dirigido es más amplio de lo que se cree. El Principito tiene esa bondad que no muchos libros pueden llegar a tener: si se lee cuando pequeño, cautiva imaginar un joven que cae a la Tierra desde un asteroide y que no se cansa de hacer preguntas, mientras que si se lee cuando grande, encantan sus metáforas que plasman lo estúpido que puede llegar a ser un adulto que ha perdido o dejado ir su alma de niño.

Aunque está escrito en un lenguaje sencillo, sus palabras esconden un mundo sin fronteras, mundo que brotó de la mente de un adulto que supo razonar y escribir como niño, convirtiendo esa dualidad en un mérito indiscutido.

Pese a que en sus páginas se plasma una historia simple, en realidad está llena de simbolismos que abordan temas tan complejos como el sentido de la vida, la amistad, el éxito y sobre todo el amor, pudiendo exponerlos gracias a la sencillez y profundidad en las ideas del autor.

Así, describe los problemas de todo ser humano a través de la figura de los Baobabs, inmensos árboles que difícilmente podrían ser arrancados del asteroide del Principito si él no tuviese la dedicación de arrancarlos cuando son pequeños, dejando de manifiesto que hay que estar atento a diferenciar lo bueno de lo malo y no dejar que nos gobiernen las dificultades.

Pero no sólo de Baobabs se compone su asteroide B612, sino también de tres volcanes, los que día a día son limpiados por el Principito, quien plasma en ellos las tareas cotidianas a las que todos nos vemos enfrentados, las que aunque parezcan simples o perezosas se deben realizar para convertirse en disciplina.

Tras hacer hincapié en lo disciplinado que debemos ser si queremos ser seres íntegros, Saint-Exupéry no dejó de lado el sentimiento más noble y llamativo que se pude llegar a sentir: el amor. Para ello, el autor utiliza la figura de una rosa, la cual a ojos del Principito no es cualquier planta, sino que su rosa, la única entre millones. En esta parte del cuento podemos experimentar el amor del Principito con aquella planta que es vanidosa, egoísta y mentirosa, factores que al protagonista no le importan, pues aquella rosa se ha quedado en el corazón del Principito.

Sin duda, una metáfora sencilla y delicada que pone de manifiesto que el amor pasa por alto las imperfecciones del otro pero que sus necesidades se intensifican. En este caso la rosa necesita ser mimada, cuidada y que siempre se mantengan atentos a sus requerimientos, requerimientos que el Principito le brinda sin dudar debido a su inocencia. Sin embargo, las continuas mentiras de la rosa crean confusión en el pequeño y éste decide huir hacia nuevos rumbos.

Así llega a distintos mundos y personajes, los que a través de su relato mostrarán las diversas personalidades que existen entre los seres humanos, encontrando al vanidoso, el rey, el borracho, el nombre de negocios, un farolero y un geógrafo, quien le recomienda visitar nuestro planeta.

Aterriza en el desierto y se encuentra con un aviador, quien no es más que el mismo Saint-Exupéry. A través de las conversaciones entre ambos, el autor plasma la inocencia de los niños a través del Principito y la falta de imaginación de los adultos por medio del aviador. Acongojando a más de algún lector que se sienta identificado con la falta de niñez que demuestra el piloto aéreo en ocasiones para comprender al Principito.

En medio de su viaje por nuestro planeta, El Principito hallará al personaje que le entrega una gran lección: el zorro. Este pequeño animal nos abre los ojos y el corazón cuando le dice al Principito que lo domestique, lo que significa “crear lazos”. Con esto, el autor no hace otra cosa que decirnos lo importante que es hallar el verdadero sentido del amor y la amistad, junto con la esencia de las relaciones humanas.

Gracias a las palabras del zorro, El Principito y sus lectores, se darán cuenta que pueden existir muchas rosas o personas en el mundo, pero sólo con algunas se crearán lazos, a veces tan fuertes que resultan casi imposible debilitarlos.
Para la despedida con el Principito, el zorro pronuncia palabras que quedan grabadas en la mente: “no se pude ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos”. Llamando a todos quienes leímos el cuento a convencernos de que el tesoro más profundo de cada ser humano está en su interior, no pudiendo verlo a simple vista pues no se logra advertir con la mirada si ésta no proviene de nuestro propio corazón.

Construido con frases, detalles, metáforas y simbolismos que si no se leen con los ojos del corazón difícilmente podrán ser entendidas y digeridas, El Principito invita a volvernos niños mientras se lee su historia, incentivando a buscar dentro de nosotros aquel trozo de sutil inocencia que hemos olvidado.