La Mujer de Lluvia

Por: Natalia López Zamorano.-

Puede vivir en cualquier ciudad a lo largo del país, pero prefiere el sur. Le acomodan sus nubes, grandes y oscuras que albergan la posibilidad de que ella se luzca con todo esplendor.

Observa el amanecer, el ocaso, la noche y el día y es feliz de poder ayudar a que el campo se mantenga verde gracias a su caridad, la que se expresa cuando se le da la gana.

Cuando está contenta, los días amanecen con un sol radiante, las aves vuelan por el cielo y los niños juegan en los parques. En cambio, cuando en su corazón hay tristeza, abre sus brazos y deja caer su llanto en medio de la ciudad, sin importarle dejar damnificados, calles inundadas y superávit de lluvia.
Caprichosa y fuerte, en el sur se le quiere, mientras que para el norte se le extraña, lo que sin duda, hace aumentar su ego.

Necesaria cuando hay cosecha, smog y sequías, no aguanta súplicas ni rituales para hacerla aparecer, ella cae cuando quiere, cuando le es necesario verter sus húmedos cabellos sobre los verdes pastos para regalar alegrías a todos aquellos que disfrutan caminar mirando el cielo y pensar quién es la que envía esas gotas que caen lento, pero seguras hacia el suelo.

Londres 38: Una verdad imborrable


Centro de torturas durante el Gobierno Militar y testigo de la ejecución de 94 personas y de cien aún desaparecidas, la llamada “Casa de las Campanas” se mantiene viva en el centro de Santiago. Pese a que se le cambió de numeración por Londres 40, como para borrar las aberraciones, como para borrar de la memoria la agonía de sus víctimas, la verdad se mantiene intacta en ellas.

Por: Natalia López Zamorano.-


Ubicado en pleno centro de la capital, el barrio París-Londres esconde entre sus edificaciones un envidiable estilo europeo, un ambiente de romanticismo y magia, de frescura y solidez. Pero pese a todo lo magnífica que puede resultar su arquitectura, esconde una historia gris, una historia de la que muchos no se atreven a contar, recordar o asumir: La historia de Londres 38.


Conocida también como la “Casa del terror” o la “Casa de las Campanas”, porque éstas, las que pertenecían a la iglesia San Francisco más de una vez acallaron las súplicas de los detenidos que fueron sometidos a tortura, guarda entre sus paredes historias difíciles de imaginar, pero que resultaron ciertas. Tan ciertas, como la experiencia vivida por Jorge Flores Durán, detenido por la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) el 13 de julio de 1974.

La mirada de Jorge, poeta y autor del libro Londres 38 (un número desaparecido), está llena de recuerdos que por momentos trata de evadir, pero que no miente cuando escucha la palabra Londres 38. Aunque intenta disimular la amargura que le brota, le cuesta. Pero pese a que aún le es difícil, entrega su relato a quienes quieran conocer de aquella historia, pues considera que es una verdad que no sólo le pertenece a él, sino al país.
Interrumpiendo su inocencia, fue detenido a los 16 años. La DINA buscaba a su hermano mayor, dirigente del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), pero como no dieron con su paradero, se lo llevaron a él. Golpeándolo hasta el cansancio y haciéndole creer que en una pieza contigua estaban sus padres siendo torturados para que él dijera dónde estaba su hermano, Jorge pasó trece días en Londres 38, mismo lugar que en el 2005 fue declarado Monumento Nacional.

Durante casi dos semanas reclamó por su inocencia, por su vida y por su única verdad: no sabía cómo ubicar a su hermano Patricio. “Yo me escudé siempre en que era un estudiante y que no sabía nada de mi hermano”, asegura Jorge, como reafirmando que la explicación que les daba a los de la DINA era cierta. “Supongo que finalmente mi argumento los terminó por convencer, porque nunca pude decir otra cosa sobre mi hermano, aunque me hicieran llamar a mi casa para hablar con mi mamá y preguntarle si tenía novedades de él”, cuenta Flores.
Vendado la mayor parte del tiempo y sentado en una silla día y noche, Jorge escuchó gritos, súplicas e historias tan amargas, que su mente prefiere no ahondar en el recuerdo, pero que su corazón sí lo hace para ir mermando el sufrimiento. Testigo de la desaparición de Jaime Buzzio Lorca (ex estudiante del colegio Manuel de Salas) y de Sergio Tormen, campeón nacional de ciclismo, Jorge vivió en carne propia la incertidumbre de no saber si algún día saldría de allí.
La misma incertidumbre que vivió C.Z, otra sobreviviente de esta casa de torturas. Casada y con tres hijos pequeños en esa época, fue detenida en su domicilio a la edad de 24 años. La subieron a una camioneta C-10 blanca y la trasladaron a Londres 38, también conocida como Yucatán, el codificado nombre que le dio la DINA.

Pese a que nunca se le dijo el porqué de su detención, logró advertir que algo no andaba bien cuando apenas bajada de la camioneta, recibió un certero golpe en su ojo izquierdo, tiñéndolo de inmediato de un azulino tan oscuro, que ella supone que esto fue lo que hizo que no la siguieran golpeando en los días posteriores, pues con esto suponían que ya le habían dado una gran golpiza.
Dice que no recuerda episodios, que éstos fueron borrados de su mente, pero sus ojos dicen lo contrario. Entre líneas deja ver que fue violada en reiteradas oportunidades y que durante días enteros, todas las mujeres eran amarradas de las manos y colgadas en vigas. Siempre vendadas y desnudas, siempre indefensas, siempre pensando en que todo fuera un mal sueño y despertar cuanto antes de éste.

Su pesadilla terminó un día en la mañana. La noche anterior un hombre, que nunca supo quién era, le dijo que al día siguiente abandonaba el lugar. C.Z nunca pensó que sería cierto, pero aguardó tranquila, con la compañía de unos cuantos susurros de compañeras de habitación que intentaban animar a una joven que nunca probó comida, nunca contuvo el agua que le intentaban dar y que nunca pronunció palabra.

“Cuando volví a mi casa, todo era distinto. No aguantaba estar con mi familia, que me vieran, que me hablaran, que mi marido me tocara. Mi matrimonio duró muy poco producto de lo mismo. No sabía cómo salir, cómo dejar atrás lo vivido”, cuenta C.Z en voz baja, como queriendo que su mente no capte sus palabras ni que su corazón las recuerde.

Aunque C.Z fue liberada hace 35 años, aún se siente prisionera. Prisionera de sus propios temores y recuerdos de esa experiencia que ella quiere olvidar, pero que cada día le viene a la memoria y la hace cautiva. Su deuda pendiente es volver a Londres 38 y repasar las habitaciones, observar los detalles, volver a entrar en la sala donde estuvo día y noche amarrada y vendada, recordar de manera presencial lo que allí vivió. Eso sí, en compañía de su siquiatra.

Con la angustia a flor de piel y la libertad tan escondida como los rostros de quienes participaron en las torturas, Jorge Flores recuerda que cuando Marcelo Morén Brito, uno de los tres agentes que estaban al mando del grupo Halcón y que pudo identificar luego de años, le comunica que al día siguiente que sería liberado, se alegró de siempre haber mantenido la confianza de que saldría de ahí. “Nunca pensé que iba a morir y eso creo que me ayudó. Cuando me dijeron que me iba, me puse contento, porque cualquier otra cosa que viniera, iba a ser mejor que esa inmovilidad que allí se vivía”, relata Jorge.

Con sólo una comida al día y con las ganas de detener el tiempo para que jamás oscureciera, pues las torturas eran en la noche, Jorge y los demás detenidos escuchaban las campanas de una iglesia y la música de un carrusel. Y a veces, cuando la venda se caía o quedaba un poco suelta, veían que el piso de la casa tenía baldosas como tablero de ajedrez.

Gracias a esas campanas, a ese carrusel que era de los juegos Diana ubicado en la Alameda, y a esa venda tan precaria, que por momentos sólo era un paño o la misma ropa de ellos, se pudo dar con la dirección de la casa cuando ésta dejó de ser centro de torturas. Y pese a que a fines de los ´70 se le cambió la numeración por Londres 40, por iniciativa del Gobierno Militar para que todas las denuncias sobre Londres 38 apuntaran a una dirección inexistente, la medida no logró acallar el grito de sobrevivientes y familiares de torturados que lucharon para que esa verdad no quedara sepultada.

Esa misma verdad que esconde, sin querer, Londres 38 en sus murallas que fueron testigo de dolor, llanto, injusticias y aberraciones. Esa verdad de la que es parte Jorge y C.Z, de la que son parte noventa y cuatro desaparecidos, 81 hombres y 13 mujeres, entre ellas dos embarazadas, y de la que es parte el Barrio París-Londres y todo un país.

El Principito: El secreto es leerlo con los ojos del corazón

Por: Natalia López Zamorano.-

Lleno de metáforas sencillas de leer pero complejas de digerir, El Principito guarda entre sus páginas magia, enseñanzas e inocencia, cualidades que toman valor si se vuelve a ser niño mientras se le lee.

Escrito por el autor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, este cuento se perfila como uno de los más importantes relatos del último tiempo. Traducido a ciento ochenta dialectos y lenguas, no hay excusas para no leerlo, y es que El Principito es uno de los pocos cuentos que aunque sea grande su lector, lo cautiva hasta la última página.

Con ilustraciones que a cualesquiera le indicarían que es un relato infantil, el universo a quien va dirigido es más amplio de lo que se cree. El Principito tiene esa bondad que no muchos libros pueden llegar a tener: si se lee cuando pequeño, cautiva imaginar un joven que cae a la Tierra desde un asteroide y que no se cansa de hacer preguntas, mientras que si se lee cuando grande, encantan sus metáforas que plasman lo estúpido que puede llegar a ser un adulto que ha perdido o dejado ir su alma de niño.

Aunque está escrito en un lenguaje sencillo, sus palabras esconden un mundo sin fronteras, mundo que brotó de la mente de un adulto que supo razonar y escribir como niño, convirtiendo esa dualidad en un mérito indiscutido.

Pese a que en sus páginas se plasma una historia simple, en realidad está llena de simbolismos que abordan temas tan complejos como el sentido de la vida, la amistad, el éxito y sobre todo el amor, pudiendo exponerlos gracias a la sencillez y profundidad en las ideas del autor.

Así, describe los problemas de todo ser humano a través de la figura de los Baobabs, inmensos árboles que difícilmente podrían ser arrancados del asteroide del Principito si él no tuviese la dedicación de arrancarlos cuando son pequeños, dejando de manifiesto que hay que estar atento a diferenciar lo bueno de lo malo y no dejar que nos gobiernen las dificultades.

Pero no sólo de Baobabs se compone su asteroide B612, sino también de tres volcanes, los que día a día son limpiados por el Principito, quien plasma en ellos las tareas cotidianas a las que todos nos vemos enfrentados, las que aunque parezcan simples o perezosas se deben realizar para convertirse en disciplina.

Tras hacer hincapié en lo disciplinado que debemos ser si queremos ser seres íntegros, Saint-Exupéry no dejó de lado el sentimiento más noble y llamativo que se pude llegar a sentir: el amor. Para ello, el autor utiliza la figura de una rosa, la cual a ojos del Principito no es cualquier planta, sino que su rosa, la única entre millones. En esta parte del cuento podemos experimentar el amor del Principito con aquella planta que es vanidosa, egoísta y mentirosa, factores que al protagonista no le importan, pues aquella rosa se ha quedado en el corazón del Principito.

Sin duda, una metáfora sencilla y delicada que pone de manifiesto que el amor pasa por alto las imperfecciones del otro pero que sus necesidades se intensifican. En este caso la rosa necesita ser mimada, cuidada y que siempre se mantengan atentos a sus requerimientos, requerimientos que el Principito le brinda sin dudar debido a su inocencia. Sin embargo, las continuas mentiras de la rosa crean confusión en el pequeño y éste decide huir hacia nuevos rumbos.

Así llega a distintos mundos y personajes, los que a través de su relato mostrarán las diversas personalidades que existen entre los seres humanos, encontrando al vanidoso, el rey, el borracho, el nombre de negocios, un farolero y un geógrafo, quien le recomienda visitar nuestro planeta.

Aterriza en el desierto y se encuentra con un aviador, quien no es más que el mismo Saint-Exupéry. A través de las conversaciones entre ambos, el autor plasma la inocencia de los niños a través del Principito y la falta de imaginación de los adultos por medio del aviador. Acongojando a más de algún lector que se sienta identificado con la falta de niñez que demuestra el piloto aéreo en ocasiones para comprender al Principito.

En medio de su viaje por nuestro planeta, El Principito hallará al personaje que le entrega una gran lección: el zorro. Este pequeño animal nos abre los ojos y el corazón cuando le dice al Principito que lo domestique, lo que significa “crear lazos”. Con esto, el autor no hace otra cosa que decirnos lo importante que es hallar el verdadero sentido del amor y la amistad, junto con la esencia de las relaciones humanas.

Gracias a las palabras del zorro, El Principito y sus lectores, se darán cuenta que pueden existir muchas rosas o personas en el mundo, pero sólo con algunas se crearán lazos, a veces tan fuertes que resultan casi imposible debilitarlos.
Para la despedida con el Principito, el zorro pronuncia palabras que quedan grabadas en la mente: “no se pude ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos”. Llamando a todos quienes leímos el cuento a convencernos de que el tesoro más profundo de cada ser humano está en su interior, no pudiendo verlo a simple vista pues no se logra advertir con la mirada si ésta no proviene de nuestro propio corazón.

Construido con frases, detalles, metáforas y simbolismos que si no se leen con los ojos del corazón difícilmente podrán ser entendidas y digeridas, El Principito invita a volvernos niños mientras se lee su historia, incentivando a buscar dentro de nosotros aquel trozo de sutil inocencia que hemos olvidado.