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JA!


QUÉ RARO…

Por: Natalia López Zamorano.-

Es extraño, pero no he vuelto a soñar con mi asteroide. Supongo que ni mi subconsciente ha dejado de pensar en lo extraño que fue la despedida con quien muchas veces inspiró mis sueños. Mantengo la sensación - y no dejo que la bloquee ningún pensamiento- que responderá, que un día de estos llamará y que quizás, mi mensaje tan lindo y tierno con motivo de desearle suerte en sus vacaciones, no le llegó. Quién sabe.

Durante todo el día de aquel famoso sms, busqué justificaciones: que quizás iba manejando, que tal vez no escuchó la musiquita que le avisa la llegada de mensaje o que la tarde fue pasando mientras él no encontraba el momento preciso para responderlo. Ok, confieso que esos pensamientos los tuve hasta hoy en la mañana, cuando toda ilusionada miro el celular y nada. Me resigno y pienso que no tiene cobertura. Sí, es eso. No, quizás no tiene batería, o no, quizás no tiene plata y no hay recargas donde está. Y, cuando termino de pensar en todo eso, caigo en cuenta que ninguna de las alternativas es posible porque, hello, seremos una franja larga y angosta de tierra, pero de que en todos lados tenemos cobertura en el celular o que en todos lados hay lugares para recargarlos, los hay.

En medio de esa lluvia de ideas que comúnmente sólo me vienen para pensar temas de carácter amoroso, me acuerdo de la Ley de la Atracción. Tomo el librito que habla de ella y releo la parte en que advierten que uno atrae lo que piensa. Practico nuevamente los pasos para evadir esos pensamientos medios torpes que a una le vienen cuando no tiene el control de la situación, y me relajo, o sea, intento.

Me ducho, tomo un té verde y me acuesto. Me concentro en ese sábado -último día en que nos vimos- y repaso los acontecimientos. Bueno, uno en específico, cuando estábamos en el auto y yo jugaba con las llaves como diciendo " me voy a bajar... ¿el beso es ahora?". Sutil y sin apuros, me acerco y me despido, con un beso en la mejilla, obvio. Él lo responde y me abraza. Y claro, uno no es tonta, sabe perfectamente cuándo un hombre te abraza de cierto modo, así como haciendo tiempo para ir juntando valor hasta alcanzar el suficiente para besar y yo, lo dejo. Respondo el abrazo. Fue... lindo, sí, distinto, nunca nos habíamos abrazado.

En menos de cinco segundos, yo sabía lo que pasaría. Termina el abrazo y, típico, ninguno de los dos, por alguna razón, vuelve a la posición en que estaba. Uno como que se queda ahí, esperando, esperando ese primer beso u otra vez un abrazo o tal vez un "bye", simplemente uno espera, qué, no sé. Nos quedamos mirando y en mi mente sonaba "beso, beso, beso, beso… naty, se viene el beso, tranqui". Bajo por un segundo la vista y recuerdo que es pésima táctica, es como decir "qué lata, no me mires, no quiero contacto visual". Comprendí en ese momento que aunque hace un rato me había tomado un mojito y una Corona, estaba lúcida. Confío en que el beso se viene a pasos agigantados, pero me equivoco. El Supuesto - lo llamaré así- me mira solamente, pero también me mira la boca y esa sí que es señal de que los labios se van a juntar, pero me confunde que no se acerque y entonces, parece que el mojito hace efecto justo en ese momento y me acerco. Mientras lo hacía, pensaba "no puede ser, yo le daré el beso, ¿Yo? ¿Dije yo?.. ¡Ahhh!" y de pronto, lips to lips.


En realidad, varias veces lips to lips y cuando digo varias veces, es porque de verdad fueron varias veces.

Pese a la adrenalina de haber besado a quien jamás, ni en sueños, ni en broma, ni en nada de nada pensé besar, y de que alguien saliera de mi condominio y me viera ahí, no quería que ese momento terminara. Los besos fueron lindos, tiernos, distintos. Además, me tomó de la cara y eso, si no me mató, sí me encantó.
Todo bien hasta que en un momento de respiro, se me ocurre decir: "qué raro". Él, con una cara que sí era rara, responde: ¿raro? Y entendí el tono. Estaba clarísimo, fue un "¿no se te ocurrió nada mejor que decir?". Y ahí salgo con mi discurso que en realidad no convenció a nadie, pero digo: bueno, raro, raro, no… pero raro es un - y se me olvida si la palabra es adjetivo o sustantivo u otra palabra de esas, para decir que "raro" era una de las muchas otras características que tuvo el beso- y continúo "bueno, raro entre otras cosas, pero igual es raro". Después de esa última palabra, ya no llegaba oxígeno a mi cabeza. Decido callar -¡qué astuta!-y se me viene a la mente este grupo de Facebook "cállate y dame un beso". Me parece sensato y lo hago, de nuevo lips to lips para pasar el bochorno.


Calculo que ya es tarde y decido comenzar a mover las llaves de nuevo. Que técnica más efectiva. En realidad, una no dice nada, pero a la vez deja todo claro: llegó la hora de decir adiós.

Digo: "me tengo que ir" y responde con un: ¿te quieres ir? Comienza a bombear nuevamente sangre en mi cabeza y pienso "no, no me quiero ir, dije me tengo que ir", pero no digo nada. Respondo diplomáticamente que no, no es que me quiera ir, sino que ya es tarde y no quiero que mi mamá se preocupe -aún sabiendo que ella roncaba de manera fenomenal en su pieza-. Lo miro y el Supuesto tenía cara de decepción -o por lo menos así la percibí-, repito que ya es tarde y me despido. Sí, lips to lips again, obvio. Otro buen rato para la despedida y luego mi: "chau, ¿hablamos mañana?". Y al bajar del auto digo algo que me sorprende: "¿me pinchas al cel para saber cómo llegaste?, voy a quedar preocupada". Bajo del auto y pienso: ¿por qué dije eso? Es cierto, iba a quedar preocupada como todas las otras veces que no sabía si había llegado bien a su casa, pero sentí que por el hecho del lips to lips, ya había algo que me acercaba más a él y por eso, tenía, necesitaba y exigía! el reporte.


A las 5 am, celular. Mensaje de él avisando que había llegado bien. Alivio. Recuerdo lo sucedido hace media hora y caigo nuevamente en mi profundo sueño, tan profundo que esa noche, no soñé nada. Extraño en mí, tan extraño como lo que había pasado.




Lejanía

A veces me parece una tontera querer alejarme de ti. Jamás has estado suficientemente cerca de mí y, pese a poner todas mis ganas por bloquear los pensamientos tuyos que me surgen a menudo, pareciera que estos cada vez ponen más empeño en irrumpir cuando no quiero.

Apareces como si nada. Creo que por naturaleza tu presencia se hace presente cuando no quiero. Nunca busqué tus ojos y menos el calor de tus brazos, pero tus caricias me invitan y rodean cada vez que pueden. Me confunden, me alegran, me entristecen y me vuelven a este mundo que cada cierto tiempo deseo abandonar para estar por siempre sumergida en los sueños que construía a diario contigo.

La vida se encargó de unirnos, mantenerlos mucho tiempo unidos aunque distantes o distantes pero unidos. Puede parecer ilógico o poco factible, pero tú y yo sabemos que pese a estar juntos, siempre estuvimos separados. Hoy, esa misma vida que se encargó que nos conociéramos en la circunstancia menos probable de imaginar, ahora nos vuelve a alejar, pero con esa lejanía física que tanto temí.

Tuve miedo de amarte, de necesitar el contacto de tus labios con los míos susurrando que ese abrazo eterno que tú y yo recordamos se volvería a repetir. Pronto, muy pronto, en un tiempo más o quizás nunca, pero evocándolo en susurros, con cierto miedo a ser escuchados, con miedo que el destino oyera y fuera cómplice de nuestros encuentros y nos dañara con separar nuestros caminos.

Por muchos susurros que pronunciamos, el destino nos oyó de todos modos. Mañana nos alejará y tan sólo escribir esas palabras hacen que en mi pecho surja una agonía, una incertidumbre que ya me había acostumbrado a vivir a tu lado, pero más fuerte, más potente e hiriente.

Nunca pude compartir mis días contigo. Nunca pude despertar viendo tu rostro dormido e intentar adivinar tus sueños de alma escurridiza. No pude amor, no pude demostrar quién soy cuando amo, no pude. A ratos lo hice, pero creo que el tiempo para amar es más que ver a quien amas una vez cada tres meses. No pude decirte a diario que me arrepentí enormidad de no arriesgarme a tener algo contigo cuando lo planteaste. No pude, no me atreví, no lo hice. Quién sabe, quizás hoy las cosas serían distintas, quizás se mantendrían igual, no lo sé. Sólo sé que este correr tras tu amor e intentar sostenerlo entre mis manos se acabó desde el momento en que tu boca decidió que entre ambos no existiría nunca nada.

Fue un certero y duro golpe a mis sueños, a mis pensamientos que intentaban cambiar el destino. Agradezco de todas maneras tu sinceridad y aquellos momentos en que huiste y me dejaste a la deriva, con esos mensajes ambiguos tan propios de tu personalidad. Agradezco la incertidumbre que viví esperando las respuestas que necesité, pues aunque mi alma sufría al ver tu lejanía, ésta aprendió que no se puede retener a quien siempre ha querido ser libre y vivir sin amarras.

Cuánto deseé no atarte. Cuánto deseé tenerte sin ahogarte, sin que te dieras cuenta que mi corazón moría por el entrar en el tuyo, pero la suspicacia que corre por tus venas se alertó en cuanto corroboró que mis ojos se volvían distintos al ver los tuyos.

Tu misma suspicacia siempre encuentra las vías para llegar hasta mi corazón y replantear las dudas amorosas que me cuestan tanto trabajo deshacer. Tienes esa habilidad para entrar en mi vida cuantas veces quieres, incluso en los momentos más insospechados, en esos momentos en que agradezco tu lejanía para que de una vez por todas no vuelvas a tocar la puerta de mi alma y ésta te deje pasar.

Tu facilidad de discurso y mirada tierna envuelven a este pecho tuyo con el que hoy escribo. Envuelven a estos ojos que suplican encontrarse de nuevo con tu mirada y a estas manos que ruegan por sentir de nuevo el calor de tus abrazos. Envuelven también a este corazón que evita los encuentros contigo, pero de los que jamás podría huir, al igual que de tus besos, esos tan amargos como dulces que siempre invitan a seguir siendo prisionera de los tuyos. No sé si por falta de voluntad o por tu maestría al besar, nunca he podido mirar tus labios y no desearlos una y otra vez. ¿Qué será? ¿Mera condena eterna o falta de voluntad? No sé ni me interesa encontrar esa respuesta, pues cada vez que me autoimpongo no volver a ser tuya, la conciencia me traiciona y gana el placer de sentir tu lejana cercanía.

Estuviste presente en cada pensamiento matutino, de medio día, de tardes y veladas noches como un vicio. Me invadía una sed de pensarte a cada momento difícil de explicar, pero tan verdadera que hasta por períodos tuve la dicha de llamarte con el pensamiento. Esa conexión tan mágica y absoluta de saber cuándo estabas a la deriva, me hizo por más de una vez estar en el momento preciso en que, sin querer, necesitabas una mano que te hiciera compañía. No sé si esa conexión hoy aún existe, pero pienso que lazos tan estrechos y firmes no se separan con nuevos amores ni menos por distancias.

Siento la necesidad de decirte que aunque por tu vida camines buscando o encontrando nuevos amores y sumando cada día nuevas conquistas en tu ya larga lista, mi corazón guardará un espacio para contener los recuerdos vividos. Pese a los amargos instantes que vivimos a causa de ese correr tuyo tras mi corazón y viceversa, haz quedado clavado en él a fuerza de golpes y aventuras. Siempre pensé que podría cambiar la historia ya destinada de amor escurridizo, pero la vida ya me hizo ver que es imposible.


Estoy cierta que pese a leer estas líneas y enterarte que se me desgarraba el alma saber que elegiste a otra persona con la que compartir tu vida, seguirás huyendo de mí y de todo. Así eres tú. Sorprende la certeza y convicción en esas palabras y la valentía para escribirlas, pero te juro que es tan liberador poder verterlas en un papel. Por eso escribo, porque me libera el alma saber que he dejado atrás esa obsesión contigo, ese continuo deseo inconmensurable por saber qué podía hacer o ser para que me amaras. Nada, no podía hacer nada. Nunca pude hacer nada para atrapar tu amor y tenerte por siempre conmigo. Nada. Nada. Ya no hay nada, excepto el anhelo de saber que por fin puedas entender que esto no fue mentira ni palabras sueltas, sino un verdadero deseo de conquistar tu inseguridad y decirte con un tono de dulzura que no te asustara, que sí, que te quise de verdad, pese a todo, pese a que no fueras libre.

La Mujer de Lluvia

Por: Natalia López Zamorano.-

Puede vivir en cualquier ciudad a lo largo del país, pero prefiere el sur. Le acomodan sus nubes, grandes y oscuras que albergan la posibilidad de que ella se luzca con todo esplendor.

Observa el amanecer, el ocaso, la noche y el día y es feliz de poder ayudar a que el campo se mantenga verde gracias a su caridad, la que se expresa cuando se le da la gana.

Cuando está contenta, los días amanecen con un sol radiante, las aves vuelan por el cielo y los niños juegan en los parques. En cambio, cuando en su corazón hay tristeza, abre sus brazos y deja caer su llanto en medio de la ciudad, sin importarle dejar damnificados, calles inundadas y superávit de lluvia.
Caprichosa y fuerte, en el sur se le quiere, mientras que para el norte se le extraña, lo que sin duda, hace aumentar su ego.

Necesaria cuando hay cosecha, smog y sequías, no aguanta súplicas ni rituales para hacerla aparecer, ella cae cuando quiere, cuando le es necesario verter sus húmedos cabellos sobre los verdes pastos para regalar alegrías a todos aquellos que disfrutan caminar mirando el cielo y pensar quién es la que envía esas gotas que caen lento, pero seguras hacia el suelo.

Londres 38: Una verdad imborrable


Centro de torturas durante el Gobierno Militar y testigo de la ejecución de 94 personas y de cien aún desaparecidas, la llamada “Casa de las Campanas” se mantiene viva en el centro de Santiago. Pese a que se le cambió de numeración por Londres 40, como para borrar las aberraciones, como para borrar de la memoria la agonía de sus víctimas, la verdad se mantiene intacta en ellas.

Por: Natalia López Zamorano.-


Ubicado en pleno centro de la capital, el barrio París-Londres esconde entre sus edificaciones un envidiable estilo europeo, un ambiente de romanticismo y magia, de frescura y solidez. Pero pese a todo lo magnífica que puede resultar su arquitectura, esconde una historia gris, una historia de la que muchos no se atreven a contar, recordar o asumir: La historia de Londres 38.


Conocida también como la “Casa del terror” o la “Casa de las Campanas”, porque éstas, las que pertenecían a la iglesia San Francisco más de una vez acallaron las súplicas de los detenidos que fueron sometidos a tortura, guarda entre sus paredes historias difíciles de imaginar, pero que resultaron ciertas. Tan ciertas, como la experiencia vivida por Jorge Flores Durán, detenido por la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) el 13 de julio de 1974.

La mirada de Jorge, poeta y autor del libro Londres 38 (un número desaparecido), está llena de recuerdos que por momentos trata de evadir, pero que no miente cuando escucha la palabra Londres 38. Aunque intenta disimular la amargura que le brota, le cuesta. Pero pese a que aún le es difícil, entrega su relato a quienes quieran conocer de aquella historia, pues considera que es una verdad que no sólo le pertenece a él, sino al país.
Interrumpiendo su inocencia, fue detenido a los 16 años. La DINA buscaba a su hermano mayor, dirigente del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), pero como no dieron con su paradero, se lo llevaron a él. Golpeándolo hasta el cansancio y haciéndole creer que en una pieza contigua estaban sus padres siendo torturados para que él dijera dónde estaba su hermano, Jorge pasó trece días en Londres 38, mismo lugar que en el 2005 fue declarado Monumento Nacional.

Durante casi dos semanas reclamó por su inocencia, por su vida y por su única verdad: no sabía cómo ubicar a su hermano Patricio. “Yo me escudé siempre en que era un estudiante y que no sabía nada de mi hermano”, asegura Jorge, como reafirmando que la explicación que les daba a los de la DINA era cierta. “Supongo que finalmente mi argumento los terminó por convencer, porque nunca pude decir otra cosa sobre mi hermano, aunque me hicieran llamar a mi casa para hablar con mi mamá y preguntarle si tenía novedades de él”, cuenta Flores.
Vendado la mayor parte del tiempo y sentado en una silla día y noche, Jorge escuchó gritos, súplicas e historias tan amargas, que su mente prefiere no ahondar en el recuerdo, pero que su corazón sí lo hace para ir mermando el sufrimiento. Testigo de la desaparición de Jaime Buzzio Lorca (ex estudiante del colegio Manuel de Salas) y de Sergio Tormen, campeón nacional de ciclismo, Jorge vivió en carne propia la incertidumbre de no saber si algún día saldría de allí.
La misma incertidumbre que vivió C.Z, otra sobreviviente de esta casa de torturas. Casada y con tres hijos pequeños en esa época, fue detenida en su domicilio a la edad de 24 años. La subieron a una camioneta C-10 blanca y la trasladaron a Londres 38, también conocida como Yucatán, el codificado nombre que le dio la DINA.

Pese a que nunca se le dijo el porqué de su detención, logró advertir que algo no andaba bien cuando apenas bajada de la camioneta, recibió un certero golpe en su ojo izquierdo, tiñéndolo de inmediato de un azulino tan oscuro, que ella supone que esto fue lo que hizo que no la siguieran golpeando en los días posteriores, pues con esto suponían que ya le habían dado una gran golpiza.
Dice que no recuerda episodios, que éstos fueron borrados de su mente, pero sus ojos dicen lo contrario. Entre líneas deja ver que fue violada en reiteradas oportunidades y que durante días enteros, todas las mujeres eran amarradas de las manos y colgadas en vigas. Siempre vendadas y desnudas, siempre indefensas, siempre pensando en que todo fuera un mal sueño y despertar cuanto antes de éste.

Su pesadilla terminó un día en la mañana. La noche anterior un hombre, que nunca supo quién era, le dijo que al día siguiente abandonaba el lugar. C.Z nunca pensó que sería cierto, pero aguardó tranquila, con la compañía de unos cuantos susurros de compañeras de habitación que intentaban animar a una joven que nunca probó comida, nunca contuvo el agua que le intentaban dar y que nunca pronunció palabra.

“Cuando volví a mi casa, todo era distinto. No aguantaba estar con mi familia, que me vieran, que me hablaran, que mi marido me tocara. Mi matrimonio duró muy poco producto de lo mismo. No sabía cómo salir, cómo dejar atrás lo vivido”, cuenta C.Z en voz baja, como queriendo que su mente no capte sus palabras ni que su corazón las recuerde.

Aunque C.Z fue liberada hace 35 años, aún se siente prisionera. Prisionera de sus propios temores y recuerdos de esa experiencia que ella quiere olvidar, pero que cada día le viene a la memoria y la hace cautiva. Su deuda pendiente es volver a Londres 38 y repasar las habitaciones, observar los detalles, volver a entrar en la sala donde estuvo día y noche amarrada y vendada, recordar de manera presencial lo que allí vivió. Eso sí, en compañía de su siquiatra.

Con la angustia a flor de piel y la libertad tan escondida como los rostros de quienes participaron en las torturas, Jorge Flores recuerda que cuando Marcelo Morén Brito, uno de los tres agentes que estaban al mando del grupo Halcón y que pudo identificar luego de años, le comunica que al día siguiente que sería liberado, se alegró de siempre haber mantenido la confianza de que saldría de ahí. “Nunca pensé que iba a morir y eso creo que me ayudó. Cuando me dijeron que me iba, me puse contento, porque cualquier otra cosa que viniera, iba a ser mejor que esa inmovilidad que allí se vivía”, relata Jorge.

Con sólo una comida al día y con las ganas de detener el tiempo para que jamás oscureciera, pues las torturas eran en la noche, Jorge y los demás detenidos escuchaban las campanas de una iglesia y la música de un carrusel. Y a veces, cuando la venda se caía o quedaba un poco suelta, veían que el piso de la casa tenía baldosas como tablero de ajedrez.

Gracias a esas campanas, a ese carrusel que era de los juegos Diana ubicado en la Alameda, y a esa venda tan precaria, que por momentos sólo era un paño o la misma ropa de ellos, se pudo dar con la dirección de la casa cuando ésta dejó de ser centro de torturas. Y pese a que a fines de los ´70 se le cambió la numeración por Londres 40, por iniciativa del Gobierno Militar para que todas las denuncias sobre Londres 38 apuntaran a una dirección inexistente, la medida no logró acallar el grito de sobrevivientes y familiares de torturados que lucharon para que esa verdad no quedara sepultada.

Esa misma verdad que esconde, sin querer, Londres 38 en sus murallas que fueron testigo de dolor, llanto, injusticias y aberraciones. Esa verdad de la que es parte Jorge y C.Z, de la que son parte noventa y cuatro desaparecidos, 81 hombres y 13 mujeres, entre ellas dos embarazadas, y de la que es parte el Barrio París-Londres y todo un país.

El Principito: El secreto es leerlo con los ojos del corazón

Por: Natalia López Zamorano.-

Lleno de metáforas sencillas de leer pero complejas de digerir, El Principito guarda entre sus páginas magia, enseñanzas e inocencia, cualidades que toman valor si se vuelve a ser niño mientras se le lee.

Escrito por el autor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, este cuento se perfila como uno de los más importantes relatos del último tiempo. Traducido a ciento ochenta dialectos y lenguas, no hay excusas para no leerlo, y es que El Principito es uno de los pocos cuentos que aunque sea grande su lector, lo cautiva hasta la última página.

Con ilustraciones que a cualesquiera le indicarían que es un relato infantil, el universo a quien va dirigido es más amplio de lo que se cree. El Principito tiene esa bondad que no muchos libros pueden llegar a tener: si se lee cuando pequeño, cautiva imaginar un joven que cae a la Tierra desde un asteroide y que no se cansa de hacer preguntas, mientras que si se lee cuando grande, encantan sus metáforas que plasman lo estúpido que puede llegar a ser un adulto que ha perdido o dejado ir su alma de niño.

Aunque está escrito en un lenguaje sencillo, sus palabras esconden un mundo sin fronteras, mundo que brotó de la mente de un adulto que supo razonar y escribir como niño, convirtiendo esa dualidad en un mérito indiscutido.

Pese a que en sus páginas se plasma una historia simple, en realidad está llena de simbolismos que abordan temas tan complejos como el sentido de la vida, la amistad, el éxito y sobre todo el amor, pudiendo exponerlos gracias a la sencillez y profundidad en las ideas del autor.

Así, describe los problemas de todo ser humano a través de la figura de los Baobabs, inmensos árboles que difícilmente podrían ser arrancados del asteroide del Principito si él no tuviese la dedicación de arrancarlos cuando son pequeños, dejando de manifiesto que hay que estar atento a diferenciar lo bueno de lo malo y no dejar que nos gobiernen las dificultades.

Pero no sólo de Baobabs se compone su asteroide B612, sino también de tres volcanes, los que día a día son limpiados por el Principito, quien plasma en ellos las tareas cotidianas a las que todos nos vemos enfrentados, las que aunque parezcan simples o perezosas se deben realizar para convertirse en disciplina.

Tras hacer hincapié en lo disciplinado que debemos ser si queremos ser seres íntegros, Saint-Exupéry no dejó de lado el sentimiento más noble y llamativo que se pude llegar a sentir: el amor. Para ello, el autor utiliza la figura de una rosa, la cual a ojos del Principito no es cualquier planta, sino que su rosa, la única entre millones. En esta parte del cuento podemos experimentar el amor del Principito con aquella planta que es vanidosa, egoísta y mentirosa, factores que al protagonista no le importan, pues aquella rosa se ha quedado en el corazón del Principito.

Sin duda, una metáfora sencilla y delicada que pone de manifiesto que el amor pasa por alto las imperfecciones del otro pero que sus necesidades se intensifican. En este caso la rosa necesita ser mimada, cuidada y que siempre se mantengan atentos a sus requerimientos, requerimientos que el Principito le brinda sin dudar debido a su inocencia. Sin embargo, las continuas mentiras de la rosa crean confusión en el pequeño y éste decide huir hacia nuevos rumbos.

Así llega a distintos mundos y personajes, los que a través de su relato mostrarán las diversas personalidades que existen entre los seres humanos, encontrando al vanidoso, el rey, el borracho, el nombre de negocios, un farolero y un geógrafo, quien le recomienda visitar nuestro planeta.

Aterriza en el desierto y se encuentra con un aviador, quien no es más que el mismo Saint-Exupéry. A través de las conversaciones entre ambos, el autor plasma la inocencia de los niños a través del Principito y la falta de imaginación de los adultos por medio del aviador. Acongojando a más de algún lector que se sienta identificado con la falta de niñez que demuestra el piloto aéreo en ocasiones para comprender al Principito.

En medio de su viaje por nuestro planeta, El Principito hallará al personaje que le entrega una gran lección: el zorro. Este pequeño animal nos abre los ojos y el corazón cuando le dice al Principito que lo domestique, lo que significa “crear lazos”. Con esto, el autor no hace otra cosa que decirnos lo importante que es hallar el verdadero sentido del amor y la amistad, junto con la esencia de las relaciones humanas.

Gracias a las palabras del zorro, El Principito y sus lectores, se darán cuenta que pueden existir muchas rosas o personas en el mundo, pero sólo con algunas se crearán lazos, a veces tan fuertes que resultan casi imposible debilitarlos.
Para la despedida con el Principito, el zorro pronuncia palabras que quedan grabadas en la mente: “no se pude ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos”. Llamando a todos quienes leímos el cuento a convencernos de que el tesoro más profundo de cada ser humano está en su interior, no pudiendo verlo a simple vista pues no se logra advertir con la mirada si ésta no proviene de nuestro propio corazón.

Construido con frases, detalles, metáforas y simbolismos que si no se leen con los ojos del corazón difícilmente podrán ser entendidas y digeridas, El Principito invita a volvernos niños mientras se lee su historia, incentivando a buscar dentro de nosotros aquel trozo de sutil inocencia que hemos olvidado.
LECCIÓN DE GRANDEZA
No es una historia sacada de un libro ni tampoco producto de la imaginación. Es una historia real, con matices amargos y por momentos crueles, de la que es protagonista cada día un hombre que, a pesar de que él no lo sabe, el trozo de vida que relató, ha dejado profundas huellas y grandes lecciones.

Por:
Natalia López Zamorano.-
Su nombre es Carlos. No sé su edad, ni sus apellidos y menos su dirección exacta. Sólo sé que es ciego, que vive solo en una pieza que arrienda en San Bernardo y que su única hija, hace poco más de un año, le comunicó que se cambiaría su apellido, pues no se sentía orgullosa de tener un padre como él.

Lo conocí un día de la nada. Mi hermano y yo habíamos ido a hacer unas compras al supermercado y de vuelta a casa, justo en la esquina por la que debíamos doblar, veo que Carlos le pregunta a un transeúnte dónde queda el paradero de micros en el cual pasaba la locomoción que le servía. No sé si la persona a la que le preguntó no se percató de la condición de no vidente de Carlos, pero lo cierto es que para responder su pregunta, levantó su mano y le indicó el lugar por el que debía caminar para llegar a su destino. Carlos, confundido al no recibir la respuesta que esperaba, pues nunca pudo ver hacia dónde había apuntado el hombre, le dio las gracias y caminó.

El semáforo dio luz verde y mi hermano dobló en dirección a nuestra casa. Durante las cinco cuadras que dejaban atrás la penosa escena, no pronuncié palabras. Llegamos al portón de nuestro hogar y dije: “tendría que haberme bajado”. Mi hermano, sin saber a qué me refería, me pidió que le explicara y sin pensarlo dos veces, puso en marcha nuevamente el auto y nos devolvimos hasta el lugar donde habíamos visto a Carlos.

El trayecto se hizo interminable pero, finalmente, dimos con él. Caminaba a paso lento, acompañado sólo por su bastón y por el sonido que éste hacía cuando se golpeaba contra el piso. Me bajé del auto y corrí hacia él, quien cuando sintió mis pasos, se movió lentamente hacia la derecha de la vereda. Me acerqué y le dije que había escuchado que quería llegar hasta el paradero que está frente a un supermercado. Con una amplia sonrisa y volteándose hacia mí, me respondió que sí, que se dirigía a su casa tras una extenuante jornada de trabajo y que creía ir bien por donde caminaba. Recordé la escena que había presenciado hace minutos y sentí rabia, tristeza y amargura por la despreocupación que había mostrado el hombre a quien Carlos le pidió ayuda.

Le ofrecí mi hombro para que se apoyara y caminamos hacia el paradero. Durante el camino le conté que lo había visto unas cuadras más atrás y que junto con Álvaro, mi hermano, nos habíamos de vuelto para confirmar si iba o no en la dirección correcta. Su rostro reflejó su alegría y me llamó “Angelito”.

Caminamos sin apuros, con la compañía del viento que rozaba nuestro rostro y con las ganas de saber un poco más de la vida del otro. Me contó que quedó ciego hace 7 años, 6 meses y 4 días. Sorprendida por la exactitud de la cuenta, le pregunté cómo había sucedido. “Soldando sin protección, sin ningún casco para soldaduras. Me saltaron unas cuantas chispas en los ojos. Al comienzo no le di importancia, pero pasó el tiempo y el panorama fue empeorando, hasta que perdí la vista por completo”, comentó. En ese momento, me quedé sin palabras. No valía la pena lamentos ni más preguntas para una explicación tan clara. Álvaro llegó a nuestro lado en silencio. Con una mueca, le indiqué que estaba todo bien y que llegaríamos hasta el paradero.

Cuando faltaban menos de dos cuadras para llegar a nuestro destino, Carlos me contó que vendía “parche curitas” en las micros, que con eso lograba pagar el arriendo de una pieza en la comuna de San Bernardo y la comida necesaria para sobrevivir. Nuevamente quedé sin palabras. Él, para romper el silencio, continuó diciendo que no siempre ha vivido allí, pues antes vivía con su señora e hija en una casa que él mismo había construido, pero de la que jamás volvió a saber justo cuando perdió la vista, pues su mujer al saber la noticia, tomó su ropa, la puso en una maleta y se la entregó diciéndole que no lo quería volver a ver en su vida.

Hasta ese momento había podido contener, no sin problemas, las lágrimas que en más de una ocasión al escuchar a Carlos, había querido aparecer, pero ya en ese entonces, fue inevitable que éstas no brotaran. Continuó diciendo que pese a que ese hecho fue un duro golpe, sin duda, lo había sido aún más la reacción de su hija, pues hace un tiempo le comunicó que se cambiaría de apellido, pues no sentía orgullo de tener un padre como él ni menos tener intensiones de volver a verlo, ya que sentía que Carlos no era un papá a quien respetar, valorar ni menos obedecer.Ya a esas alturas, cualquiera de los problemas por los que estaba enfrentando, se habían convertido en ínfimas situaciones comparadas al crudo relato de Carlos, quien sin querer, a través de su historia, hizo que me diera cuenta que la vida es mucho más simple de lo que parece, pues otras personas aún con más problemas, siempre ven en ésta una razón por la cual luchar y salir adelante.

Llegamos al paradero y le pregunté dónde pasaría Navidad y Año Nuevo. “Solo. Solo en mi pieza escuchando música o sino durmiendo”, respondió. Sus palabras quedaron sonando por largo rato en mis oídos y casi leyendo mi mente, respondió “ya me acostumbré. He pasado estas fiestas en soledad por años y no me da tristeza, sino todo lo contrario, porque Dios aún me tiene con vida y eso se lo agradezco”. La grandeza de su corazón me impactó. Pese a haber perdido la vista y de no poder contemplar nada de su alrededor como sí lo hacía hace 7 años, es un agradecido de la vida y de Dios, pues Carlos ha aceptado tal cual se le han dado las cosas, sin juzgar, sin resentimientos y sin rencor.Ya en el paradero, me preguntó mi nombre. “Natalia”, respondí con la voz entrecortada. “Natalia”, repitió, “¡qué lindo!”. “¿El suyo”?, pregunté. “Carlos”, dijo, mientras cerraba su bastón.

Pasó un rato en que ninguno pronunció palabras, hasta cuando se volteó hacia mí, tomó de mis hombros y con sus ojos en mi rostro, dijo que me recordaría como su angelito y que a pesar de no poder verme, sí sabía cómo era a través de mi voz. Le agradecí sus palabras y sin dudar, lo abracé. Por medio de mi abrazo, quise entregarle todo lo que no había podido decirle por el nudo en la garganta que tuve durante el tiempo que habíamos conversado.

Antes de subir al micro, Carlos me hizo prometer que si algún día lo volvía a ver, lo saludaría, fuera donde fuera, pues siempre me recordaría. Nos dimos la mano en señal de acuerdo y se subió con paso firme al bus.

Jamás lo volví a ver. Sin embargo sé que en algún lugar debe estar vendiendo mercadería para subsistir, pues pese a que sus ojos, reflejo del alma para muchas personas, nunca miraron fijamente los míos, sé que sus palabras fueron verdaderas y que nuestro encuentro fue algo más que mera casualidad, ya que a pesar que nunca dimensionará cuán bien me hizo el oír su historia ni tampoco que ha sido el inspirador de éstas líneas, Carlos se convirtió en la persona indicada para dar esperanza, fortaleza y perseverancia. Virtudes fáciles de leer y escribir, pero difíciles de practicar.

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OBSEQUIOS QUE DAN VIDA

  • Para muchos es un gesto de amor, apoyo o simplemente una expresión de caridad hacia quienes dependen de un órgano para vivir. Sin embargo, miles de personas mueren esperando recibir la anhelada entrega, pues la espera muchas veces es interminable, tan interminable, que les arrebata la propia existencia.
Por: Natalia López Zamorano.-

Su vida dio un giro de 180º cuando le diagnosticaron Nefritis Crónica. La enfermedad lo tomó por sorpresa y se derrumbaron sueños, metas, proyectos y familia incluida. Se cuestionó la existencia de Dios y de aquella solidaridad del chileno al momento de saber que tendría que esperar un largo período antes de curar su enfermedad, pues su única opción era ser transplantado de riñón, órgano que tardó dos años en llegar.

Su nombre es Héctor González y tiene 54 años. Hace cinco fue transplantado y con sólo mirar sus ojos, se sabe que es un agradecido de la vida, de quien donó sus órganos y de la familia de éste, pues a pesar de que jamás tuvo la oportunidad de conocerla, en su interior no sólo sabe que hicieron un enorme acto de amor, sino que también de valentía y grandeza.

“Llevaba dos años de diálisis cuando me llamaron para decirme que había un órgano para mí. Sencillamente, no lo podía creer. Cuando oí que sería transplantado, sentí que todo el tiempo que esperé, no fue en vano y agradecí, sin saber a quién, el haber donado sus órganos (…) La espera había acabado y con ello volvía la alegría, las ganas de luchar que tantas veces había perdido y que en ese momento, sólo con un llamado, habían vuelto”, cuenta Héctor emocionado al recordar su historia.

En nuestro país, durante los años 1993 y 2006, se realizaron
dos mil 322 transplantes renales de donantes cadáver, obteniendo el mayor número el año 2006, con una cifra de 265 transplantados. Sin embargo, las cifras decaen de manera abrupta al hablar de transplantes de corazón o pulmón, pues durante los años 1994 y 2006, el total para el primero fue de 166, mientras que para el segundo, sólo 64.

Sentado en el living de su casa junto a su familia, la misma que en un primer momento se desplomó con la noticia de su enfermedad, Héctor asegura que si bien ha aumentado la cifra de donantes en los últimos años, un factor que juega en contra, es la negativa familiar al momento de decidir si quien ha fallecido donará sus órganos, pues “ellos son quienes tienen la última palabra y muchas veces por miedo, por no informarse de cómo se realiza el procedimiento de la donación o por desconocimiento si la persona fallecida era donante o no, se niega la posibilidad de que otra persona sea beneficiada”, comenta.

Pese a que el año pasado fue un período histórico para nuestro país en cuanto a donantes efectivos y trasplantes, pues la cifra llegó a los
152, superando a la de años anteriores que bordeaban los no más de 147, la negativa familiar se ha mantenido en un valor estacionario de 39% entre los años 2005 y 2006, lo que corresponde al valor más alto registrado desde el 2000. Con esto, se deduce que no sólo la negativa familiar sigue siendo un reflejo de la percepción social de las personas frente al tema de donación de órganos, sino que también muestra la necesidad de crear una mayor sensibilidad y educación al respecto, a la vez de reforzar la importancia de respetar la decisión de una persona de ser donante al momento de su fallecimiento.

“Yo entiendo que los familiares en su tristeza, no quieren saber nada de la donación de órganos, porque es lógico, se les ha muerto un ser querido y eso es fuerte, pero si de antemano estuviera conversado el tema a nivel familiar, todo sería distinto porque no se dudaría ante la pregunta si donar o no los órganos, porque la respuesta se sabría de inmediato”, asegura Héctor mientras toma de la mano a Isabel, su esposa desde hace 34 años, quien con lágrimas, da las gracias a la familia del donante de su marido por haberles devuelto la vida.

“Tras ser trasplantado, le tomé un valor distinto a todo, a mi familia, amigos, a mi entorno en general. El sólo hecho de recordar que pude haber muerto, hace que cada día de las gracias a aquella familia que donó los órganos de su ser querido, pues con el gesto, dio vida a quienes pensábamos que la perdíamos”, indica con claros signos de emoción, signos que borra cuando sonríe al saber que aún existen personas que sí son capaces de “dar cuando ya la vida se les ha ido”, concluye.

Dar al morir

Nunca recordó fechas de cumpleaños ni se caracterizó por hacer buenos regalos para Navidad. Sin embargo, dio el obsequio más grande de su vida, en el momento que perdía la propia, pues donó sus órganos al morir.

Coke, como era conocido entre sus cercanos, murió a los 25 años. Estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad Católica y cuando sólo le faltaba un semestre para obtener su título, ocurrió lo trágico. Un día, tras una ardua jornada de pruebas y trabajos, comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza, por lo que decidió irse a su casa y reposar. En el trayecto, no obstante, su cuerpo se desplomó, sus ojos se cerraron y su corazón dejó de latir. Murió de manera instantánea producto de un Accidente Cerebro Vascular y su familia, pese al dolor e impotencia de ver que Coke ya no estaría con ellos, decidieron cumplir su voluntad y dar, a través de éste, vida a otras personas.

“Es fuerte que te digan que tu hijo se murió, que no hay nada que hacer y que si quieres donar sus órganos, porque no tienes cabeza para pensar en eso”, comenta Estela, mamá de Coke, “pero a pesar del dolor, junto con mi esposo, decidimos donar sus órganos y con ello donar vida, esperanza y amor, porque eso era lo que nuestro hijo siempre quiso”, asegura con voz cortada y temblorosa.

Así, Coke se convirtió en uno de los
117 donantes efectivos que hubo el año 2002 en nuestro país, colaborando con uno de los 265 trasplantes de riñón, 86 hepáticos, 20 de corazón, 7 de pulmón y dentro del 40% de donante de córneas registrado entre los años 1996 y 2006.

Sentados sobre la cama de Coke, sus padres, Estela y Jorge, se emocionan al hablar de él, pues era hijo único. “Con él se fueron mis ojos, mi vida entera, mi ganas de levantarme cada día (…) pero después entendí que no podía estar así porque gracias a mi hijo otras personas viven y eso me deja tranquila. Es tranquilizador saber que por una persona tan querida, otras tienen la opción de seguir con vida y luchar por lo que quieren”, asegura Estela mientras observa uno de los más de sesenta jockey que Coke tenía colgados en su dormitorio.

Entre lágrimas, los padres de Coke se abrazan por largo rato. Ninguno de los dos pronunció jamás una palabra, pues no era necesario. Sólo con mantenerse unidos saben que podrán asumir, como lo han hecho hasta ahora, la muerte de su hijo, muerte que no es tal al momento de donar sus órganos, pues tal como ellos aseguran, “Coke dio vida y eso significa mantenerse vivo en el tiempo, aunque no sea físicamente”.

Pese a que Coke y Héctor jamás se conocieron, ambos comparten una historia. Una historia que para el primero estuvo marcada por sueños, metas y proyectos que se vieron truncados justo al momento en que perdió la vida, aunque también por solidaridad, pues pese a que nunca supo quiénes recibirían sus órganos, fue capaz de despojarse de éstos sin más trámites que haber dado a conocer su decisión a quienes sabían que la respetarían a la hora de su muerte. Para Héctor, en tanto, sus anhelos, familia y vida, los mismos que se estaban desvaneciendo, revivieron cuando una persona, tal como Coke, decidió donar felicidad, esperanza y lucha para quienes creen perderla, pues al morir, cada donante más que dar lo que no consideran necesario para seguir conservando, conceden obsequios, obsequios que dan vida.
Bullying y Stress Escolar:


UNA REALIDAD TRAS EL PUPITRE

  • Violencia física y mental sumada a la presión y cansancio de ser estudiantes la mayor parte del tiempo a causa de la jornada escolar completa, es a lo que se enfrentan miles de alumnos día a día. El silencio por parte de éstos, es el común denominador para los fenómenos de “matonaje” y stress que en la actualidad son protagonistas y testigos niños y adolescentes de nuestro país.

    Por: Natalia López Zamorano.-

Su día se transforma en pesadilla justo al momento de poner un pie dentro de su establecimiento. Sus manos comienzan a transpirar cuando sus pasos se dirigen al aula que, este año, ha sido testigo de innumerables burlas de parte de sus compañeros, los que lo han usado como blanco fácil para hostigar y agredir, tanto verbal como físicamente.

Matías tiene 12 años y va en 6º básico del colegio “Teniente Dagoberto Godoy”. Sus pares le dicen “chocolito” o “cucaracha”, debido a su tez morena o simplemente “guatón mamón”, por su personalidad introvertida que, según sus compañeros, no encaja en el grupo, pues para entrar en éste, “no se debe ser perno, estudioso o andar acusando todo el día”, como asegura Alejandro, principal agresor de Matías y líder del curso a la hora de hablar de ataques.

En nuestro país, de acuerdo a un estudio realizado por el ministerio de Educación a 14 mil estudiantes de 7ª básico a 4to medio, de establecimientos educacionales municipales, subvencionados y particulares, estimó que el 45% de los estudiantes, ha sido agredido físicamente, mientras que un 38% declara haber sido agresor. Por otra parte, más del 90% de los escolares afirma haber sido víctima de violencia psicológica. En cuanto a las razones por las que agraden, los alumnos señalaron que un 36% lo hicieron en defensa y un 15% como parte de un juego. Cifras más que reveladoras de la cruel realidad que viven cientos de estudiantes, que en silencio buscan salida a algo que no entienden, pero con el que viven día a día.

“Le pegamos en los recreos, cuando los profesores no están en la sala, porque no nos gusta como es él, como habla, como camina, porque es “pajarón” y se saca buenas notas”, cuenta Alejandro, quien además asegura que como Matías no se defiende de las agresiones, es víctima fácil del ya conocido fenómeno internacional llamado “Bullying”(literalmente significa “toro”), un anglicismo que traducido al español, sería sinónimo de matonaje, intimidación, maltrato o acoso hacia los más débiles.

Según expertos en el tema, la forma más habitual de agresión es la de tipo verbal, tal como insultos, amenazas u otros. En segundo lugar se encuentra la agresión física, la que consiste en dar patadas o empujones a los compañeros de clase y finalmente, está la del maltrato social, que se fundamenta en el rechazo hacia uno o más alumnos, con el objetivo de aislarlos y hasta dejarlos en ridículo.

El timbre del recreo suena y todo el curso de Matías sale al patio. Él, sin embargo, saca la colación de su mochila y se queda sentado en su banco. Mira a su alrededor buscando algún compañero, pero está sólo. Su única compañía será una grabadora testigo de su relato, el
que por momentos se vuelve trágico, angustiante y cruel para ser contado por un niño de su edad.

Casi en susurro cuenta que este año en el colegio, ha sido el peor período de su vida, pues desde que entró a éste, sus compañeros no han dejado de molestarlo. “No sé por qué tuve que ser yo ha quien agraden, por qué tienen que pegarme, ni por qué les gusta hacerme sufrir”, cuenta con lágrimas, las que seca rápidamente con el puño de su cotona y retoma el relato. Jugando con la bombilla de su jugo, cuenta que “en mi casa no sabían lo que me pasaba, pero un día mi mamá me vio un moretón que tenía en la espalda a causa del golpe con una silla y tuve que contar todo”.
Ante la pregunta de por qué guardaba silencio, contesta que lo hacía por temor, por miedo a que sus padres se enojaran y porque en el colegio lo siguieran agrediendo por haber contado lo que sucedía. Sin embargo, tras este hecho, tanto sus padres como las autoridades del establecimiento, tomaron cartas en el asunto y las agresiones, según la director del colegio, quien prefirió mantener oculta su identidad y responder sólo una pregunta, asegura que las agresiones cesaron de manera completa.

El recreo termina y sus compañeros comienzan a llegar. Alejandro pasa por el lado de Matías y éste tiembla. Baja la mirada y empuña sus manos con fuerza. Gotas de sudor se asoman por su frente pero, tal como las lágrimas, las seca con rapidez. Dice estar seguro que en cualquier momento será nuevamente víctima del Bullying y que por eso el próximo año estará en otro colegio, pues su rendimiento ha bajado y ya no se siente grato en ese lugar, porque si bien la violencia ya no es física, ésta se mantiene en el ámbito psicológico.

De acuerdo a especialistas, las causas para que un menor se transforme en víctima del Bullying, van más allá del mero aspecto físico, pues el común denominador de los menores agredidos, es que suelen ser personas inseguras, con una baja autoestima y a la vez son incapaces de salir de la situación por la que viven, por lo que su silencio sienta las bases para quienes usan la violencia como una vía de escape.

A la salida del recinto educacional, Alejandro se rehúsa hablar acerca de su comportamiento. Matías sabía perfectamente que éste tendría esa reacción, pues luego de varias sesiones con una sicóloga, se convenció que él no era el gestor de la violencia, sino más bien que su compañero adicto al Bullying, era una persona que resolvía las diferencias por medio de golpes y amenazas.

Tras varios intentos por dialogar con Alejandro, éste sólo dice que él no es ningún matón, y que arremete contra los demás porque esa es su manera de protegerse, pues “a mi me enseñaron que cuando a uno lo molestan, se tiene que defender y eso es lo que yo hago”, cuenta mientras camina a paso rápido para tomar el microbús.


Otro de los factores claves a los que apuntan los especialistas, es definir si existe o no permisividad hacia la conducta agresiva en el seno familiar, pues si la hay, se tiene certeza que en el futuro, el menor que agrede a los demás terminará ejerciendo esos malos tratos y conductas agresivas que ha vivido en el hogar. Sumado a lo anterior, es importante saber cuáles son los métodos que los padres utilizan para afirmar su autoridad en el hogar, ya que si se recurre a la violencia con el fin de imponer su criterio a los hijos, éstos siguen ese ejemplo y lo aplican en su vida.
Matías se sube al furgón escolar que lo llevará de vuelta a casa, pese a que ésta queda sólo a cinco cuadras del establecimiento, pero que por precaución, sus padres contrataron para evitar que su hijo corriera peligro en la calle, sin saber que éste estaba más cerca de lo que pensaban y con el cual Matías convivía en silencio.

Su mamá al oír la bocina del vehículo, corre a recibir a su hijo y le pregunta cómo fue su jornada. Matías responde “igual que siempre, pero hoy nadie me pegó”, mientras cae rendido en el sofá.
Momentos más tarde y ya sentado en la mesa dispuesto a tomar el té, no se cansa de enumerar las diversas actividades que le esperan al día siguiente, y es que a causa de la jornada escolar completa, no tiene tiempo de reposar y desconectarse de los deberes que tiene que cumplir como estudiante, pues como si fuera poco, aparte de la tensión que vivió durante el día en el colegio por miedo a ser golpeado, se suman las tareas que debe presentar en la mañana posterior.

Encerrado en su pieza, Matías se queda hasta altas horas de la noche terminando tareas y preparando una disertación, por lo que su madre espera impaciente poder darle a la brevedad la pastilla que debe tomar cada noche para conciliar el sueño, y es que a parte de ser víctima del Bullying, también lo es del stress infantil.

Según la sicóloga clínica, Marcela Ferreiro, ésta patología se define como "un conjunto de reacciones, tanto biológicas como psicológicas que se producen, ante situaciones que alteran el equilibrio general del niño o niña”, por lo que sus orígenes pueden ser tan diversos como sus síntomas.

En tanto, los profesores del establecimiento donde estudia Matías, aseguran que los alumnos llegan a estresarse debido a la falta de recursos con que se deberían contar para poder implementar de buena manera los talleres que cubren las horas extras, con el fin de recrear a los niños y distraerlos del estrés escolar.

La profesora jefe de Matías, Mercedes Reyes, está a cargo de un taller de jardinería del colegio y asegura que “los alumnos en vez de distraerse con las actividades que en él se plantean, se estresan a causa de los pocos recursos con los que se cuenta para poner en marcha las actividades”. Además, comenta que de 35 alumnos, sólo 8 pueden trabajar adecuadamente, mientras que el resto no tiene más remedio que jugar o “hacer maldades”.

Finalmente, Matías termina de hacer las tareas a las 23 horas, momento en que su madre junto al beso de buenas noches, le da su pastilla para dormir, único remedio que su médico tratante ha encontrado, hasta el minuto, para hacer que este menor logre “olvidar” aunque sea por pocas horas, su rutina escolar y pueda dejar atrás los fantasmas de la escuela, aún sabiendo que al día siguiente, tendrá que volver a convivir con ellos, sin que él ni su familia sepan lo que pueda suceder.
17/10/2007
Femicidio y medios de comunicación:

LA CUENTA SUMA Y SIGUE

Parece mentira, pero es parte de la realidad. El número de femicidios ocurridos en Chile a lo largo de este año, ha llegado al medio centenar, en un conteo por parte de los medios de comunicación, que francamente parece sorprendente. Y es que pareciera ser que no se vela por controlar la violencia intrafamiliar, sino más bien, dar con el golpe noticioso acerca de quién lleva la cuenta de las mujeres que pierden la vida en manos de sus maridos, convivientes o parejas.

En años anteriores, la cifra de mujeres víctimas de femicidio fue alrededor de 84, número que en la actualidad se acerca de manera abismante, sobre todo con el tratamiento que se le ha dado por parte de los medios de comunicación, pues más que informar acerca de esta situación que se venido desarrollando desde hace años, se comunica de tal manera que todos los que leen, ven televisión u oyen la radio, sienten más necesidad de saber qué número de la lista de femicidio es la mujer asesinada, que el mismo hecho despreciable de encontrar la muerte en manos de una persona con la que la víctima compartió, amó y hasta formó familia en algunos casos.

De esta manera, pareciera ser que se ha perdido el rumbo en informar, pues llevar un conteo, tal como el de los votos en una elección política, se acerca más a una realidad de la que los medios de comunicación debieran escapar, pues es inconcebible estar esperando quién será la víctima número 51 o la que le sigue, pues se deja abierta la posibilidad de que algún hombre que está pendiente del conteo, sea quien se adjudique el título de autor de esa determinada cifra.

Por tanto, el tema aquí en cuestión, no es que los medios de comunicación no deban informar acerca de estos temas, pues la ola de femicidios en nuestro país va creciendo cada vez más y es necesario dar a conocer esa realidad, sino más bien, que sean ellos mismos quienes se planteen acerca de cómo están abordando la noticia. Esto, porque al poseer un alto impacto en la sociedad, a ésta se le está dando a conocer de una manera equivocada la necesidad de tomar conciencia sobre el tema de los asesinatos de mujeres en manos del género masculino, pues cada día que pasa, se está a la espera de saber quién, cómo, cuándo y dónde fue que la víctima perdió la vida, más que de saber qué se está haciendo, por ejemplo, en materia judicial respecto al tema del femicidio.

Ahora bien, puede que numerosos sean los factores que influyan en el tratamiento que se le da a un hecho noticioso, tal como lo es el rating en la televisión, el que es buscado por muchos medios de comunicación con la utilización de llantos desgarradores de familiares de las víctimas o por el relato del menor que ha perdido a su madre producto de un arrebato de irá de su padre y que por ello también se esté llevando la cuenta de las mujeres asesinadas sin ningún escrúpulo. Sin embargo, es necesario hacer una distinción de qué es lo que se quiere informar, pues es factible dar a conocer, hasta cada uno de los casos de femicidio si la meta es lograr que se tome conciencia del tema y que la cifra no aumente, pero si el objetivo es estar a la expectativa de quién es la que le sigue a la última víctima, dejará en evidencia que no se ha informado de la manera correcta y que efectivamente los medios de comunicación podrían influir de manera negativa en la mente de potenciales parricidas.

Es de esperar entonces, que con el paso del tiempo la situación cambie, tanto en el tratamiento que se les dan a las noticias respecto a este tema, como también el aumento del número de víctimas, pues no sólo se pierde una vida, sino también una ilusión que seguramente había comenzado como una historia de amor, pero que termina como una trágica película de terror.