El Principito: El secreto es leerlo con los ojos del corazón

Por: Natalia López Zamorano.-

Lleno de metáforas sencillas de leer pero complejas de digerir, El Principito guarda entre sus páginas magia, enseñanzas e inocencia, cualidades que toman valor si se vuelve a ser niño mientras se le lee.

Escrito por el autor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, este cuento se perfila como uno de los más importantes relatos del último tiempo. Traducido a ciento ochenta dialectos y lenguas, no hay excusas para no leerlo, y es que El Principito es uno de los pocos cuentos que aunque sea grande su lector, lo cautiva hasta la última página.

Con ilustraciones que a cualesquiera le indicarían que es un relato infantil, el universo a quien va dirigido es más amplio de lo que se cree. El Principito tiene esa bondad que no muchos libros pueden llegar a tener: si se lee cuando pequeño, cautiva imaginar un joven que cae a la Tierra desde un asteroide y que no se cansa de hacer preguntas, mientras que si se lee cuando grande, encantan sus metáforas que plasman lo estúpido que puede llegar a ser un adulto que ha perdido o dejado ir su alma de niño.

Aunque está escrito en un lenguaje sencillo, sus palabras esconden un mundo sin fronteras, mundo que brotó de la mente de un adulto que supo razonar y escribir como niño, convirtiendo esa dualidad en un mérito indiscutido.

Pese a que en sus páginas se plasma una historia simple, en realidad está llena de simbolismos que abordan temas tan complejos como el sentido de la vida, la amistad, el éxito y sobre todo el amor, pudiendo exponerlos gracias a la sencillez y profundidad en las ideas del autor.

Así, describe los problemas de todo ser humano a través de la figura de los Baobabs, inmensos árboles que difícilmente podrían ser arrancados del asteroide del Principito si él no tuviese la dedicación de arrancarlos cuando son pequeños, dejando de manifiesto que hay que estar atento a diferenciar lo bueno de lo malo y no dejar que nos gobiernen las dificultades.

Pero no sólo de Baobabs se compone su asteroide B612, sino también de tres volcanes, los que día a día son limpiados por el Principito, quien plasma en ellos las tareas cotidianas a las que todos nos vemos enfrentados, las que aunque parezcan simples o perezosas se deben realizar para convertirse en disciplina.

Tras hacer hincapié en lo disciplinado que debemos ser si queremos ser seres íntegros, Saint-Exupéry no dejó de lado el sentimiento más noble y llamativo que se pude llegar a sentir: el amor. Para ello, el autor utiliza la figura de una rosa, la cual a ojos del Principito no es cualquier planta, sino que su rosa, la única entre millones. En esta parte del cuento podemos experimentar el amor del Principito con aquella planta que es vanidosa, egoísta y mentirosa, factores que al protagonista no le importan, pues aquella rosa se ha quedado en el corazón del Principito.

Sin duda, una metáfora sencilla y delicada que pone de manifiesto que el amor pasa por alto las imperfecciones del otro pero que sus necesidades se intensifican. En este caso la rosa necesita ser mimada, cuidada y que siempre se mantengan atentos a sus requerimientos, requerimientos que el Principito le brinda sin dudar debido a su inocencia. Sin embargo, las continuas mentiras de la rosa crean confusión en el pequeño y éste decide huir hacia nuevos rumbos.

Así llega a distintos mundos y personajes, los que a través de su relato mostrarán las diversas personalidades que existen entre los seres humanos, encontrando al vanidoso, el rey, el borracho, el nombre de negocios, un farolero y un geógrafo, quien le recomienda visitar nuestro planeta.

Aterriza en el desierto y se encuentra con un aviador, quien no es más que el mismo Saint-Exupéry. A través de las conversaciones entre ambos, el autor plasma la inocencia de los niños a través del Principito y la falta de imaginación de los adultos por medio del aviador. Acongojando a más de algún lector que se sienta identificado con la falta de niñez que demuestra el piloto aéreo en ocasiones para comprender al Principito.

En medio de su viaje por nuestro planeta, El Principito hallará al personaje que le entrega una gran lección: el zorro. Este pequeño animal nos abre los ojos y el corazón cuando le dice al Principito que lo domestique, lo que significa “crear lazos”. Con esto, el autor no hace otra cosa que decirnos lo importante que es hallar el verdadero sentido del amor y la amistad, junto con la esencia de las relaciones humanas.

Gracias a las palabras del zorro, El Principito y sus lectores, se darán cuenta que pueden existir muchas rosas o personas en el mundo, pero sólo con algunas se crearán lazos, a veces tan fuertes que resultan casi imposible debilitarlos.
Para la despedida con el Principito, el zorro pronuncia palabras que quedan grabadas en la mente: “no se pude ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos”. Llamando a todos quienes leímos el cuento a convencernos de que el tesoro más profundo de cada ser humano está en su interior, no pudiendo verlo a simple vista pues no se logra advertir con la mirada si ésta no proviene de nuestro propio corazón.

Construido con frases, detalles, metáforas y simbolismos que si no se leen con los ojos del corazón difícilmente podrán ser entendidas y digeridas, El Principito invita a volvernos niños mientras se lee su historia, incentivando a buscar dentro de nosotros aquel trozo de sutil inocencia que hemos olvidado.

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