JA!


QUÉ RARO…

Por: Natalia López Zamorano.-

Es extraño, pero no he vuelto a soñar con mi asteroide. Supongo que ni mi subconsciente ha dejado de pensar en lo extraño que fue la despedida con quien muchas veces inspiró mis sueños. Mantengo la sensación - y no dejo que la bloquee ningún pensamiento- que responderá, que un día de estos llamará y que quizás, mi mensaje tan lindo y tierno con motivo de desearle suerte en sus vacaciones, no le llegó. Quién sabe.

Durante todo el día de aquel famoso sms, busqué justificaciones: que quizás iba manejando, que tal vez no escuchó la musiquita que le avisa la llegada de mensaje o que la tarde fue pasando mientras él no encontraba el momento preciso para responderlo. Ok, confieso que esos pensamientos los tuve hasta hoy en la mañana, cuando toda ilusionada miro el celular y nada. Me resigno y pienso que no tiene cobertura. Sí, es eso. No, quizás no tiene batería, o no, quizás no tiene plata y no hay recargas donde está. Y, cuando termino de pensar en todo eso, caigo en cuenta que ninguna de las alternativas es posible porque, hello, seremos una franja larga y angosta de tierra, pero de que en todos lados tenemos cobertura en el celular o que en todos lados hay lugares para recargarlos, los hay.

En medio de esa lluvia de ideas que comúnmente sólo me vienen para pensar temas de carácter amoroso, me acuerdo de la Ley de la Atracción. Tomo el librito que habla de ella y releo la parte en que advierten que uno atrae lo que piensa. Practico nuevamente los pasos para evadir esos pensamientos medios torpes que a una le vienen cuando no tiene el control de la situación, y me relajo, o sea, intento.

Me ducho, tomo un té verde y me acuesto. Me concentro en ese sábado -último día en que nos vimos- y repaso los acontecimientos. Bueno, uno en específico, cuando estábamos en el auto y yo jugaba con las llaves como diciendo " me voy a bajar... ¿el beso es ahora?". Sutil y sin apuros, me acerco y me despido, con un beso en la mejilla, obvio. Él lo responde y me abraza. Y claro, uno no es tonta, sabe perfectamente cuándo un hombre te abraza de cierto modo, así como haciendo tiempo para ir juntando valor hasta alcanzar el suficiente para besar y yo, lo dejo. Respondo el abrazo. Fue... lindo, sí, distinto, nunca nos habíamos abrazado.

En menos de cinco segundos, yo sabía lo que pasaría. Termina el abrazo y, típico, ninguno de los dos, por alguna razón, vuelve a la posición en que estaba. Uno como que se queda ahí, esperando, esperando ese primer beso u otra vez un abrazo o tal vez un "bye", simplemente uno espera, qué, no sé. Nos quedamos mirando y en mi mente sonaba "beso, beso, beso, beso… naty, se viene el beso, tranqui". Bajo por un segundo la vista y recuerdo que es pésima táctica, es como decir "qué lata, no me mires, no quiero contacto visual". Comprendí en ese momento que aunque hace un rato me había tomado un mojito y una Corona, estaba lúcida. Confío en que el beso se viene a pasos agigantados, pero me equivoco. El Supuesto - lo llamaré así- me mira solamente, pero también me mira la boca y esa sí que es señal de que los labios se van a juntar, pero me confunde que no se acerque y entonces, parece que el mojito hace efecto justo en ese momento y me acerco. Mientras lo hacía, pensaba "no puede ser, yo le daré el beso, ¿Yo? ¿Dije yo?.. ¡Ahhh!" y de pronto, lips to lips.


En realidad, varias veces lips to lips y cuando digo varias veces, es porque de verdad fueron varias veces.

Pese a la adrenalina de haber besado a quien jamás, ni en sueños, ni en broma, ni en nada de nada pensé besar, y de que alguien saliera de mi condominio y me viera ahí, no quería que ese momento terminara. Los besos fueron lindos, tiernos, distintos. Además, me tomó de la cara y eso, si no me mató, sí me encantó.
Todo bien hasta que en un momento de respiro, se me ocurre decir: "qué raro". Él, con una cara que sí era rara, responde: ¿raro? Y entendí el tono. Estaba clarísimo, fue un "¿no se te ocurrió nada mejor que decir?". Y ahí salgo con mi discurso que en realidad no convenció a nadie, pero digo: bueno, raro, raro, no… pero raro es un - y se me olvida si la palabra es adjetivo o sustantivo u otra palabra de esas, para decir que "raro" era una de las muchas otras características que tuvo el beso- y continúo "bueno, raro entre otras cosas, pero igual es raro". Después de esa última palabra, ya no llegaba oxígeno a mi cabeza. Decido callar -¡qué astuta!-y se me viene a la mente este grupo de Facebook "cállate y dame un beso". Me parece sensato y lo hago, de nuevo lips to lips para pasar el bochorno.


Calculo que ya es tarde y decido comenzar a mover las llaves de nuevo. Que técnica más efectiva. En realidad, una no dice nada, pero a la vez deja todo claro: llegó la hora de decir adiós.

Digo: "me tengo que ir" y responde con un: ¿te quieres ir? Comienza a bombear nuevamente sangre en mi cabeza y pienso "no, no me quiero ir, dije me tengo que ir", pero no digo nada. Respondo diplomáticamente que no, no es que me quiera ir, sino que ya es tarde y no quiero que mi mamá se preocupe -aún sabiendo que ella roncaba de manera fenomenal en su pieza-. Lo miro y el Supuesto tenía cara de decepción -o por lo menos así la percibí-, repito que ya es tarde y me despido. Sí, lips to lips again, obvio. Otro buen rato para la despedida y luego mi: "chau, ¿hablamos mañana?". Y al bajar del auto digo algo que me sorprende: "¿me pinchas al cel para saber cómo llegaste?, voy a quedar preocupada". Bajo del auto y pienso: ¿por qué dije eso? Es cierto, iba a quedar preocupada como todas las otras veces que no sabía si había llegado bien a su casa, pero sentí que por el hecho del lips to lips, ya había algo que me acercaba más a él y por eso, tenía, necesitaba y exigía! el reporte.


A las 5 am, celular. Mensaje de él avisando que había llegado bien. Alivio. Recuerdo lo sucedido hace media hora y caigo nuevamente en mi profundo sueño, tan profundo que esa noche, no soñé nada. Extraño en mí, tan extraño como lo que había pasado.




Lejanía

A veces me parece una tontera querer alejarme de ti. Jamás has estado suficientemente cerca de mí y, pese a poner todas mis ganas por bloquear los pensamientos tuyos que me surgen a menudo, pareciera que estos cada vez ponen más empeño en irrumpir cuando no quiero.

Apareces como si nada. Creo que por naturaleza tu presencia se hace presente cuando no quiero. Nunca busqué tus ojos y menos el calor de tus brazos, pero tus caricias me invitan y rodean cada vez que pueden. Me confunden, me alegran, me entristecen y me vuelven a este mundo que cada cierto tiempo deseo abandonar para estar por siempre sumergida en los sueños que construía a diario contigo.

La vida se encargó de unirnos, mantenerlos mucho tiempo unidos aunque distantes o distantes pero unidos. Puede parecer ilógico o poco factible, pero tú y yo sabemos que pese a estar juntos, siempre estuvimos separados. Hoy, esa misma vida que se encargó que nos conociéramos en la circunstancia menos probable de imaginar, ahora nos vuelve a alejar, pero con esa lejanía física que tanto temí.

Tuve miedo de amarte, de necesitar el contacto de tus labios con los míos susurrando que ese abrazo eterno que tú y yo recordamos se volvería a repetir. Pronto, muy pronto, en un tiempo más o quizás nunca, pero evocándolo en susurros, con cierto miedo a ser escuchados, con miedo que el destino oyera y fuera cómplice de nuestros encuentros y nos dañara con separar nuestros caminos.

Por muchos susurros que pronunciamos, el destino nos oyó de todos modos. Mañana nos alejará y tan sólo escribir esas palabras hacen que en mi pecho surja una agonía, una incertidumbre que ya me había acostumbrado a vivir a tu lado, pero más fuerte, más potente e hiriente.

Nunca pude compartir mis días contigo. Nunca pude despertar viendo tu rostro dormido e intentar adivinar tus sueños de alma escurridiza. No pude amor, no pude demostrar quién soy cuando amo, no pude. A ratos lo hice, pero creo que el tiempo para amar es más que ver a quien amas una vez cada tres meses. No pude decirte a diario que me arrepentí enormidad de no arriesgarme a tener algo contigo cuando lo planteaste. No pude, no me atreví, no lo hice. Quién sabe, quizás hoy las cosas serían distintas, quizás se mantendrían igual, no lo sé. Sólo sé que este correr tras tu amor e intentar sostenerlo entre mis manos se acabó desde el momento en que tu boca decidió que entre ambos no existiría nunca nada.

Fue un certero y duro golpe a mis sueños, a mis pensamientos que intentaban cambiar el destino. Agradezco de todas maneras tu sinceridad y aquellos momentos en que huiste y me dejaste a la deriva, con esos mensajes ambiguos tan propios de tu personalidad. Agradezco la incertidumbre que viví esperando las respuestas que necesité, pues aunque mi alma sufría al ver tu lejanía, ésta aprendió que no se puede retener a quien siempre ha querido ser libre y vivir sin amarras.

Cuánto deseé no atarte. Cuánto deseé tenerte sin ahogarte, sin que te dieras cuenta que mi corazón moría por el entrar en el tuyo, pero la suspicacia que corre por tus venas se alertó en cuanto corroboró que mis ojos se volvían distintos al ver los tuyos.

Tu misma suspicacia siempre encuentra las vías para llegar hasta mi corazón y replantear las dudas amorosas que me cuestan tanto trabajo deshacer. Tienes esa habilidad para entrar en mi vida cuantas veces quieres, incluso en los momentos más insospechados, en esos momentos en que agradezco tu lejanía para que de una vez por todas no vuelvas a tocar la puerta de mi alma y ésta te deje pasar.

Tu facilidad de discurso y mirada tierna envuelven a este pecho tuyo con el que hoy escribo. Envuelven a estos ojos que suplican encontrarse de nuevo con tu mirada y a estas manos que ruegan por sentir de nuevo el calor de tus abrazos. Envuelven también a este corazón que evita los encuentros contigo, pero de los que jamás podría huir, al igual que de tus besos, esos tan amargos como dulces que siempre invitan a seguir siendo prisionera de los tuyos. No sé si por falta de voluntad o por tu maestría al besar, nunca he podido mirar tus labios y no desearlos una y otra vez. ¿Qué será? ¿Mera condena eterna o falta de voluntad? No sé ni me interesa encontrar esa respuesta, pues cada vez que me autoimpongo no volver a ser tuya, la conciencia me traiciona y gana el placer de sentir tu lejana cercanía.

Estuviste presente en cada pensamiento matutino, de medio día, de tardes y veladas noches como un vicio. Me invadía una sed de pensarte a cada momento difícil de explicar, pero tan verdadera que hasta por períodos tuve la dicha de llamarte con el pensamiento. Esa conexión tan mágica y absoluta de saber cuándo estabas a la deriva, me hizo por más de una vez estar en el momento preciso en que, sin querer, necesitabas una mano que te hiciera compañía. No sé si esa conexión hoy aún existe, pero pienso que lazos tan estrechos y firmes no se separan con nuevos amores ni menos por distancias.

Siento la necesidad de decirte que aunque por tu vida camines buscando o encontrando nuevos amores y sumando cada día nuevas conquistas en tu ya larga lista, mi corazón guardará un espacio para contener los recuerdos vividos. Pese a los amargos instantes que vivimos a causa de ese correr tuyo tras mi corazón y viceversa, haz quedado clavado en él a fuerza de golpes y aventuras. Siempre pensé que podría cambiar la historia ya destinada de amor escurridizo, pero la vida ya me hizo ver que es imposible.


Estoy cierta que pese a leer estas líneas y enterarte que se me desgarraba el alma saber que elegiste a otra persona con la que compartir tu vida, seguirás huyendo de mí y de todo. Así eres tú. Sorprende la certeza y convicción en esas palabras y la valentía para escribirlas, pero te juro que es tan liberador poder verterlas en un papel. Por eso escribo, porque me libera el alma saber que he dejado atrás esa obsesión contigo, ese continuo deseo inconmensurable por saber qué podía hacer o ser para que me amaras. Nada, no podía hacer nada. Nunca pude hacer nada para atrapar tu amor y tenerte por siempre conmigo. Nada. Nada. Ya no hay nada, excepto el anhelo de saber que por fin puedas entender que esto no fue mentira ni palabras sueltas, sino un verdadero deseo de conquistar tu inseguridad y decirte con un tono de dulzura que no te asustara, que sí, que te quise de verdad, pese a todo, pese a que no fueras libre.