Donanción de Órganos:


OBSEQUIOS QUE DAN VIDA

  • Para muchos es un gesto de amor, apoyo o simplemente una expresión de caridad hacia quienes dependen de un órgano para vivir. Sin embargo, miles de personas mueren esperando recibir la anhelada entrega, pues la espera muchas veces es interminable, tan interminable, que les arrebata la propia existencia.
Por: Natalia López Zamorano.-

Su vida dio un giro de 180º cuando le diagnosticaron Nefritis Crónica. La enfermedad lo tomó por sorpresa y se derrumbaron sueños, metas, proyectos y familia incluida. Se cuestionó la existencia de Dios y de aquella solidaridad del chileno al momento de saber que tendría que esperar un largo período antes de curar su enfermedad, pues su única opción era ser transplantado de riñón, órgano que tardó dos años en llegar.

Su nombre es Héctor González y tiene 54 años. Hace cinco fue transplantado y con sólo mirar sus ojos, se sabe que es un agradecido de la vida, de quien donó sus órganos y de la familia de éste, pues a pesar de que jamás tuvo la oportunidad de conocerla, en su interior no sólo sabe que hicieron un enorme acto de amor, sino que también de valentía y grandeza.

“Llevaba dos años de diálisis cuando me llamaron para decirme que había un órgano para mí. Sencillamente, no lo podía creer. Cuando oí que sería transplantado, sentí que todo el tiempo que esperé, no fue en vano y agradecí, sin saber a quién, el haber donado sus órganos (…) La espera había acabado y con ello volvía la alegría, las ganas de luchar que tantas veces había perdido y que en ese momento, sólo con un llamado, habían vuelto”, cuenta Héctor emocionado al recordar su historia.

En nuestro país, durante los años 1993 y 2006, se realizaron
dos mil 322 transplantes renales de donantes cadáver, obteniendo el mayor número el año 2006, con una cifra de 265 transplantados. Sin embargo, las cifras decaen de manera abrupta al hablar de transplantes de corazón o pulmón, pues durante los años 1994 y 2006, el total para el primero fue de 166, mientras que para el segundo, sólo 64.

Sentado en el living de su casa junto a su familia, la misma que en un primer momento se desplomó con la noticia de su enfermedad, Héctor asegura que si bien ha aumentado la cifra de donantes en los últimos años, un factor que juega en contra, es la negativa familiar al momento de decidir si quien ha fallecido donará sus órganos, pues “ellos son quienes tienen la última palabra y muchas veces por miedo, por no informarse de cómo se realiza el procedimiento de la donación o por desconocimiento si la persona fallecida era donante o no, se niega la posibilidad de que otra persona sea beneficiada”, comenta.

Pese a que el año pasado fue un período histórico para nuestro país en cuanto a donantes efectivos y trasplantes, pues la cifra llegó a los
152, superando a la de años anteriores que bordeaban los no más de 147, la negativa familiar se ha mantenido en un valor estacionario de 39% entre los años 2005 y 2006, lo que corresponde al valor más alto registrado desde el 2000. Con esto, se deduce que no sólo la negativa familiar sigue siendo un reflejo de la percepción social de las personas frente al tema de donación de órganos, sino que también muestra la necesidad de crear una mayor sensibilidad y educación al respecto, a la vez de reforzar la importancia de respetar la decisión de una persona de ser donante al momento de su fallecimiento.

“Yo entiendo que los familiares en su tristeza, no quieren saber nada de la donación de órganos, porque es lógico, se les ha muerto un ser querido y eso es fuerte, pero si de antemano estuviera conversado el tema a nivel familiar, todo sería distinto porque no se dudaría ante la pregunta si donar o no los órganos, porque la respuesta se sabría de inmediato”, asegura Héctor mientras toma de la mano a Isabel, su esposa desde hace 34 años, quien con lágrimas, da las gracias a la familia del donante de su marido por haberles devuelto la vida.

“Tras ser trasplantado, le tomé un valor distinto a todo, a mi familia, amigos, a mi entorno en general. El sólo hecho de recordar que pude haber muerto, hace que cada día de las gracias a aquella familia que donó los órganos de su ser querido, pues con el gesto, dio vida a quienes pensábamos que la perdíamos”, indica con claros signos de emoción, signos que borra cuando sonríe al saber que aún existen personas que sí son capaces de “dar cuando ya la vida se les ha ido”, concluye.

Dar al morir

Nunca recordó fechas de cumpleaños ni se caracterizó por hacer buenos regalos para Navidad. Sin embargo, dio el obsequio más grande de su vida, en el momento que perdía la propia, pues donó sus órganos al morir.

Coke, como era conocido entre sus cercanos, murió a los 25 años. Estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad Católica y cuando sólo le faltaba un semestre para obtener su título, ocurrió lo trágico. Un día, tras una ardua jornada de pruebas y trabajos, comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza, por lo que decidió irse a su casa y reposar. En el trayecto, no obstante, su cuerpo se desplomó, sus ojos se cerraron y su corazón dejó de latir. Murió de manera instantánea producto de un Accidente Cerebro Vascular y su familia, pese al dolor e impotencia de ver que Coke ya no estaría con ellos, decidieron cumplir su voluntad y dar, a través de éste, vida a otras personas.

“Es fuerte que te digan que tu hijo se murió, que no hay nada que hacer y que si quieres donar sus órganos, porque no tienes cabeza para pensar en eso”, comenta Estela, mamá de Coke, “pero a pesar del dolor, junto con mi esposo, decidimos donar sus órganos y con ello donar vida, esperanza y amor, porque eso era lo que nuestro hijo siempre quiso”, asegura con voz cortada y temblorosa.

Así, Coke se convirtió en uno de los
117 donantes efectivos que hubo el año 2002 en nuestro país, colaborando con uno de los 265 trasplantes de riñón, 86 hepáticos, 20 de corazón, 7 de pulmón y dentro del 40% de donante de córneas registrado entre los años 1996 y 2006.

Sentados sobre la cama de Coke, sus padres, Estela y Jorge, se emocionan al hablar de él, pues era hijo único. “Con él se fueron mis ojos, mi vida entera, mi ganas de levantarme cada día (…) pero después entendí que no podía estar así porque gracias a mi hijo otras personas viven y eso me deja tranquila. Es tranquilizador saber que por una persona tan querida, otras tienen la opción de seguir con vida y luchar por lo que quieren”, asegura Estela mientras observa uno de los más de sesenta jockey que Coke tenía colgados en su dormitorio.

Entre lágrimas, los padres de Coke se abrazan por largo rato. Ninguno de los dos pronunció jamás una palabra, pues no era necesario. Sólo con mantenerse unidos saben que podrán asumir, como lo han hecho hasta ahora, la muerte de su hijo, muerte que no es tal al momento de donar sus órganos, pues tal como ellos aseguran, “Coke dio vida y eso significa mantenerse vivo en el tiempo, aunque no sea físicamente”.

Pese a que Coke y Héctor jamás se conocieron, ambos comparten una historia. Una historia que para el primero estuvo marcada por sueños, metas y proyectos que se vieron truncados justo al momento en que perdió la vida, aunque también por solidaridad, pues pese a que nunca supo quiénes recibirían sus órganos, fue capaz de despojarse de éstos sin más trámites que haber dado a conocer su decisión a quienes sabían que la respetarían a la hora de su muerte. Para Héctor, en tanto, sus anhelos, familia y vida, los mismos que se estaban desvaneciendo, revivieron cuando una persona, tal como Coke, decidió donar felicidad, esperanza y lucha para quienes creen perderla, pues al morir, cada donante más que dar lo que no consideran necesario para seguir conservando, conceden obsequios, obsequios que dan vida.
Bullying y Stress Escolar:


UNA REALIDAD TRAS EL PUPITRE

  • Violencia física y mental sumada a la presión y cansancio de ser estudiantes la mayor parte del tiempo a causa de la jornada escolar completa, es a lo que se enfrentan miles de alumnos día a día. El silencio por parte de éstos, es el común denominador para los fenómenos de “matonaje” y stress que en la actualidad son protagonistas y testigos niños y adolescentes de nuestro país.

    Por: Natalia López Zamorano.-

Su día se transforma en pesadilla justo al momento de poner un pie dentro de su establecimiento. Sus manos comienzan a transpirar cuando sus pasos se dirigen al aula que, este año, ha sido testigo de innumerables burlas de parte de sus compañeros, los que lo han usado como blanco fácil para hostigar y agredir, tanto verbal como físicamente.

Matías tiene 12 años y va en 6º básico del colegio “Teniente Dagoberto Godoy”. Sus pares le dicen “chocolito” o “cucaracha”, debido a su tez morena o simplemente “guatón mamón”, por su personalidad introvertida que, según sus compañeros, no encaja en el grupo, pues para entrar en éste, “no se debe ser perno, estudioso o andar acusando todo el día”, como asegura Alejandro, principal agresor de Matías y líder del curso a la hora de hablar de ataques.

En nuestro país, de acuerdo a un estudio realizado por el ministerio de Educación a 14 mil estudiantes de 7ª básico a 4to medio, de establecimientos educacionales municipales, subvencionados y particulares, estimó que el 45% de los estudiantes, ha sido agredido físicamente, mientras que un 38% declara haber sido agresor. Por otra parte, más del 90% de los escolares afirma haber sido víctima de violencia psicológica. En cuanto a las razones por las que agraden, los alumnos señalaron que un 36% lo hicieron en defensa y un 15% como parte de un juego. Cifras más que reveladoras de la cruel realidad que viven cientos de estudiantes, que en silencio buscan salida a algo que no entienden, pero con el que viven día a día.

“Le pegamos en los recreos, cuando los profesores no están en la sala, porque no nos gusta como es él, como habla, como camina, porque es “pajarón” y se saca buenas notas”, cuenta Alejandro, quien además asegura que como Matías no se defiende de las agresiones, es víctima fácil del ya conocido fenómeno internacional llamado “Bullying”(literalmente significa “toro”), un anglicismo que traducido al español, sería sinónimo de matonaje, intimidación, maltrato o acoso hacia los más débiles.

Según expertos en el tema, la forma más habitual de agresión es la de tipo verbal, tal como insultos, amenazas u otros. En segundo lugar se encuentra la agresión física, la que consiste en dar patadas o empujones a los compañeros de clase y finalmente, está la del maltrato social, que se fundamenta en el rechazo hacia uno o más alumnos, con el objetivo de aislarlos y hasta dejarlos en ridículo.

El timbre del recreo suena y todo el curso de Matías sale al patio. Él, sin embargo, saca la colación de su mochila y se queda sentado en su banco. Mira a su alrededor buscando algún compañero, pero está sólo. Su única compañía será una grabadora testigo de su relato, el
que por momentos se vuelve trágico, angustiante y cruel para ser contado por un niño de su edad.

Casi en susurro cuenta que este año en el colegio, ha sido el peor período de su vida, pues desde que entró a éste, sus compañeros no han dejado de molestarlo. “No sé por qué tuve que ser yo ha quien agraden, por qué tienen que pegarme, ni por qué les gusta hacerme sufrir”, cuenta con lágrimas, las que seca rápidamente con el puño de su cotona y retoma el relato. Jugando con la bombilla de su jugo, cuenta que “en mi casa no sabían lo que me pasaba, pero un día mi mamá me vio un moretón que tenía en la espalda a causa del golpe con una silla y tuve que contar todo”.
Ante la pregunta de por qué guardaba silencio, contesta que lo hacía por temor, por miedo a que sus padres se enojaran y porque en el colegio lo siguieran agrediendo por haber contado lo que sucedía. Sin embargo, tras este hecho, tanto sus padres como las autoridades del establecimiento, tomaron cartas en el asunto y las agresiones, según la director del colegio, quien prefirió mantener oculta su identidad y responder sólo una pregunta, asegura que las agresiones cesaron de manera completa.

El recreo termina y sus compañeros comienzan a llegar. Alejandro pasa por el lado de Matías y éste tiembla. Baja la mirada y empuña sus manos con fuerza. Gotas de sudor se asoman por su frente pero, tal como las lágrimas, las seca con rapidez. Dice estar seguro que en cualquier momento será nuevamente víctima del Bullying y que por eso el próximo año estará en otro colegio, pues su rendimiento ha bajado y ya no se siente grato en ese lugar, porque si bien la violencia ya no es física, ésta se mantiene en el ámbito psicológico.

De acuerdo a especialistas, las causas para que un menor se transforme en víctima del Bullying, van más allá del mero aspecto físico, pues el común denominador de los menores agredidos, es que suelen ser personas inseguras, con una baja autoestima y a la vez son incapaces de salir de la situación por la que viven, por lo que su silencio sienta las bases para quienes usan la violencia como una vía de escape.

A la salida del recinto educacional, Alejandro se rehúsa hablar acerca de su comportamiento. Matías sabía perfectamente que éste tendría esa reacción, pues luego de varias sesiones con una sicóloga, se convenció que él no era el gestor de la violencia, sino más bien que su compañero adicto al Bullying, era una persona que resolvía las diferencias por medio de golpes y amenazas.

Tras varios intentos por dialogar con Alejandro, éste sólo dice que él no es ningún matón, y que arremete contra los demás porque esa es su manera de protegerse, pues “a mi me enseñaron que cuando a uno lo molestan, se tiene que defender y eso es lo que yo hago”, cuenta mientras camina a paso rápido para tomar el microbús.


Otro de los factores claves a los que apuntan los especialistas, es definir si existe o no permisividad hacia la conducta agresiva en el seno familiar, pues si la hay, se tiene certeza que en el futuro, el menor que agrede a los demás terminará ejerciendo esos malos tratos y conductas agresivas que ha vivido en el hogar. Sumado a lo anterior, es importante saber cuáles son los métodos que los padres utilizan para afirmar su autoridad en el hogar, ya que si se recurre a la violencia con el fin de imponer su criterio a los hijos, éstos siguen ese ejemplo y lo aplican en su vida.
Matías se sube al furgón escolar que lo llevará de vuelta a casa, pese a que ésta queda sólo a cinco cuadras del establecimiento, pero que por precaución, sus padres contrataron para evitar que su hijo corriera peligro en la calle, sin saber que éste estaba más cerca de lo que pensaban y con el cual Matías convivía en silencio.

Su mamá al oír la bocina del vehículo, corre a recibir a su hijo y le pregunta cómo fue su jornada. Matías responde “igual que siempre, pero hoy nadie me pegó”, mientras cae rendido en el sofá.
Momentos más tarde y ya sentado en la mesa dispuesto a tomar el té, no se cansa de enumerar las diversas actividades que le esperan al día siguiente, y es que a causa de la jornada escolar completa, no tiene tiempo de reposar y desconectarse de los deberes que tiene que cumplir como estudiante, pues como si fuera poco, aparte de la tensión que vivió durante el día en el colegio por miedo a ser golpeado, se suman las tareas que debe presentar en la mañana posterior.

Encerrado en su pieza, Matías se queda hasta altas horas de la noche terminando tareas y preparando una disertación, por lo que su madre espera impaciente poder darle a la brevedad la pastilla que debe tomar cada noche para conciliar el sueño, y es que a parte de ser víctima del Bullying, también lo es del stress infantil.

Según la sicóloga clínica, Marcela Ferreiro, ésta patología se define como "un conjunto de reacciones, tanto biológicas como psicológicas que se producen, ante situaciones que alteran el equilibrio general del niño o niña”, por lo que sus orígenes pueden ser tan diversos como sus síntomas.

En tanto, los profesores del establecimiento donde estudia Matías, aseguran que los alumnos llegan a estresarse debido a la falta de recursos con que se deberían contar para poder implementar de buena manera los talleres que cubren las horas extras, con el fin de recrear a los niños y distraerlos del estrés escolar.

La profesora jefe de Matías, Mercedes Reyes, está a cargo de un taller de jardinería del colegio y asegura que “los alumnos en vez de distraerse con las actividades que en él se plantean, se estresan a causa de los pocos recursos con los que se cuenta para poner en marcha las actividades”. Además, comenta que de 35 alumnos, sólo 8 pueden trabajar adecuadamente, mientras que el resto no tiene más remedio que jugar o “hacer maldades”.

Finalmente, Matías termina de hacer las tareas a las 23 horas, momento en que su madre junto al beso de buenas noches, le da su pastilla para dormir, único remedio que su médico tratante ha encontrado, hasta el minuto, para hacer que este menor logre “olvidar” aunque sea por pocas horas, su rutina escolar y pueda dejar atrás los fantasmas de la escuela, aún sabiendo que al día siguiente, tendrá que volver a convivir con ellos, sin que él ni su familia sepan lo que pueda suceder.